Cuadros de una vida

Cuadros de una vida
INFANCIA

I
Todos son cuadros en la vida de mis recuerdos. Cuadros en los que aún me pregunto si tomo parte. Cuadros en los que soy espectadora, con desdoblamiento interno. O sea, espectador, actor, y ser cargado de responsabilidades, ser cargado de preguntas que nadie responde. Cuadros plenos de lágrimas o risas. Encantadores cuadros con paisajes y melodías de fondo. Los actos de los demás allí grabados remueven las entrañas de mi conciencia suprasensible, haciendo mella en mi oculto mundo interno. ¿Por qué? Y un sufrir paciente, solitario y silencioso, se hace mi compañero.
A pesar de lo cual hoy, mañana, siempre, me preguntaré: ¿Quién o qué pudo robarme aquel doloroso encanto de mi niñez?
¿Quién soy? Me conocí hace tiempo. Mucho antes de la guerra, cuando mi padre decía: “Dejar que llueva, que el barro ya se hará”. Y mi madre, en constante reproche, nos decía: “¡Desgraciado! ¡Le está cayendo el maná del cielo y lo está desperdiciando! ¡Ya le pesará!” Y yo, que ya pensaba, opinaba para mí, que habría que desperdiciar muchas cosas para poder apreciar otras mejores. Pero mi madre, por mí, solía decir: “¡Infeliz! ¡Es tan ilusionista y tonta como su padre! ¡De tal palo tal astilla!”
Vulgar, sí, muy vulgar.
Los cuadros impresionistas de fuerte colorido se me suceden. Y la niñez repleta de contrastes y de vivencias distintas, hace paisajista mi imaginación. Una camilla vestida de pañete verde junto al balcón de la calle Real, de la casa número 3 y 5 donde nací. Sentada tras ella la abuela Elena y una niña enlutada, que soy yo, sentada sobre sus rodillas. Un pajarito canta. El negro lomo del envidioso gato negro me empuja. ¡Negro, negro…! Le quiere y le acaricia. Pero yo soy su niña, la primera nieta, la hija del hijo que la hace rica. Se oye una música lejana. Llora un niño. Se derrumba una casa para levantar otra. ¡Siempre de albañiles! ¡Tanto negro! ¿Por qué tanto negro? Ha debido morir el abuelo, el del filete y las patatas fritas. Dicen que felizmente, de repente. Oscurece y hay miedo y tristeza.
Más abajo, en la misma manzana de casas, está la mía. Llora un niño o una niña. Canta mi padre. Se trata de una canción popular sentimental. Las canciones de mi padre van a ser eternas en mí: “Duerme, niña, duerme…” “Era una niña más pura y bella, que las estrellas, del mes de abril, pero un mal día, perdió la niña, de sus mejillas, todo el carmín…” Se pierde… Me llega otra casi tenebrosa: “Hijo del trueno me apellidaron, en noche horrible vine a nacer, y unos bandidos me aprohijaron…” Se pierde… “y me apartaron de mi pobre madre que me dio el ser”. Y la niña quiere más canciones. Llora. Un “ea, ea, ea, ea…” Duerme mi hermano en la cuna y yo cabeceo a los pies de papá.
Nada me recuerda al hermano que murió, sino una fotografía y el que siempre viviera en el recuerdo de mi madre: “¡Lo guapo, lo listo que era…!”Lo que me impresionaba era que hubiese muerto de estreñimiento. En aquellos tiempos no se utilizaban los zumos ni las vitaminas de frasco. Y… Eso de saber que al pobre niñito le tenían que sacar las heces por el ano, con extraños instrumentos, como por ejemplo, una horquilla. ¡Lamentable! ¡Por qué tonterías se morían entonces los niños!
II
Alegre salida del colegio. Naturalmente por la puerta grande: -”Hasta mañana hermanita Pilar”-. La hermana Pilar de las Concepcionistas, que tienen convento y colegio en el bello torreón de las Sirenas, está de porterita en la cabina de entrada y salida del colegio, en un frío portalón con bordillos de piedra. La pobre, no tenía categoría ni clase para más, pero era tan bella, tan dulce y tan buena que ya la quisiéramos de monja de la enseñanza. Pero no es educadora, pertenece al servicio. No habría beca de señora rica para que estudiase, o tal vez por buena y modesta no se hizo notar. No viste, pues, ese bello hábito blanco, con velo y manto azul purísima y la gran banda azul. Viste de negro como nosotras, mas lleva una banda azul. Sonríe a todas y nos aguanta las más pesadas bromas. Así gana su pequeño trocito de cielo por el camino más duro.
Carreras y gritos por las escaleras de piedra. Montar a caballo en las sirenas de piedra, besar su frío rostro, hacerles confidencias: “Me han suspendido”, “Me han aprobado”. “Estoy castigada a no salir el jueves”. Dar el gran salto desde éstas y caer al suelo de puntillas: ¡Al Salón, al Salón, todas al Salón! El Salón es una explanada tipo parque y jardín al aire libre situado frente al pinarillo y la Piedad, un montículo que tiene montadas las cruces con que se celebra el gran Vía Crucis de la Semana Santa. Si de frente tiene el bellísimo paisaje navideño, al otro linda con las casas de la calle Real, por detrás está el Casino de la Unión…, más a la izquierda, canteras y, allá a lo lejos, montañas. Más abajo, entre la explanada del Salón y las subidas a la Piedad y el Pinarillo, una carretera zigzagueante que va a la estación por un lado, al santuario de la Virgen de la Fuencisla por otro, a Tajadilla por enfrente, y que bordea un río o afluente del Eresma, el río Clamores. Todo bello, brillante, nuevo y joven a mis nuevos ojos. ¡Y nos saltamos en eses todos los bancos uno tras otro! La característica de estos años era saltar. Nos pasábamos la vida saltando: los bancos, las combas, las zanjas, las tapias… Y también bailábamos mucho: jotas, la tana, la canastera y el charlestón que era lo nuevo.
Me veo también patinando por las cuestas con Segovia toda nevada. Segovia vestida de novia. Reímos, gritamos, sacudimos los árboles nevados y se llenan nuestros uniformes negros de chispitas de plata. ¿Quién corre más? ¿Quién da los brincos más altos? ¿Quién ríe mejor? ¡A la comba! ¡No, al barullo! La alegría de vivir invita a gritar y brincar. Se desbordan los nervios castigados por las horas de colegio. La vida entera es una maravilla. ¡Viva la vida!
III
¿Vamos por la puerta de las gratuitas? Las gratuitas… Eso nos causa perplejidad. Nos separan de las pobres. Se trata de niñas con las que uno no se puede ni rozar. -No son como nosotras,- dice mi amiga Pili, -no son señoritas-. Las monjas y hermanas las llaman de tú, mientras que a nosotras: -¿señorita de Tal, hace usted el favor de aprenderse mejor la lección?- Carcajadas. Y no llevan los mismos uniformes de faldas plisadas, cuellos de encaje y bandas azules; llevan un mandil negro y nada más. -Es que no pagan, ¿sabes? -¿Bueno, y eso qué importa? ¿No son niñas como nosotras? -¡Hija, pero qué retonta eres. No entiendes nada de nada! -¡Mejor, suerte!
La capilla del colegio. Cantamos a la Virgen. Siempre cantamos. Veo la ordenada capilla con sus divisiones: las niñas en los bancos principales, las gratuitas al fondo, las monjitas en el coro y las hermanitas de negro en el trasfondo del coro. ¡Cuántas diferencias! ¡Es la organización y la disciplina! -No me gusta nada, a mí… -¡No desbarres, tú que sabes!
Flores, órgano, brillantes entarimados. La albura de los rebordados paños de altar. La canción que me salvaría a través de mi agitada juventud: “Si tú me ves en peligro algún día, madre de Dios, acuérdate de mí; si tú me ves en peligro algún día, madre de Dios, apiádate de mí…”
-Mamá, que ha dicho la monja que aprenda francés.
-Que te enseñen a coser y bordar.
-Mamá, que ha dicho la madre que tengo cualidades para la música.
-Que te hagan una verdadera mujer para ser ama de casa y lo demás son tonterías.
IV
Veo un taller humoso y negro. Muy largo. Una ventana grande que da al jardín. Enfrente rezos monjiles que me llegan entre los golpes de yunque de una fragua que hay junto a la ventana. Los golpes resonarán siempre en mis oídos. Brasas, chispas, carbones encendidos, un infierno tal y como lo describe la madre Virtudes. Por el ventanal asoman las parras. Me siento entre humo y chispas en la ventana y pienso. Aprendo a pensar. Me llegan más claros los rezos de las Carmelitas Descalzas y el tintineo de la dulce campanita. Vuelvo la vista hacia el abuelo. -¿Qué buenas son, verdad, niña? No saben nada del mundo, pobrecitas… -Serán felices. -¡Felices! ¿Qué sabes tú?-. Se trata de un hombre maduro, grande, noble, muy guapo, muy moreno, con ojos espléndidos enmarcados por espesas y anchas cejas. Cincela hierro candente. Tiene un pelo blanco, rizado, limpio y brillante. Mejillas arreboladas. Forja bellos dibujos a fuerza de golpes de martillo. Otra vez el yunque. ¡Qué gran figura! Se trata de mi abuelo Cándido. Me hubiera gustado haberla perpetuado yo también a golpes de martillo o de cincel. ¿Acaso de pincel? ¿Oleos? Iría a Bellas Artes y aprendería a pintar óleos para dejar al abuelo de regalo a la posteridad. ¡Quién sabe!
Atardece y se oyen las campanas de la Catedral que está muy cerca. Dan las cinco en el reloj de la Plaza Mayor. Las monjas descalzas empiezan nuevamente sus latines. Otra vez el yunque. -Abuelito, ya ha pasado el milano. -¿Cómo? ¿Estás segura? -Claro, ¿no lo has visto tú? -Pues, anda, sube y que la abuela te dé queso con miel y guindas con aguardiente. -¡Sí, sí!- Brinca mi sangre y salto al jardín. Trepo por las parras hasta alcanzar los hierros del balcón. -¡Niña, que te vas a matar!- Cojo mi merienda y me subo a comerla al desván.

V
¡Ah, el encantado sortilegio de mis desvanes! Nunca encontraré una vida más vida, o más plena de revelaciones, que en cualquiera de los desvanes de mi familia. ¡Y, cómo me lo he pasado de bien! ¡Cuántas cosas, cuántos retazos de vidas, cuántos recuerdos tristes o alegres de otras vidas! ¡Qué de cofres, cajitas, carpetas, bocetos, dibujos, libros, cuadernos, figuritas de Belén, escayolas!… Hasta he llegado a creer que parte de la culpa de que el hombre pierda su contenido -el hombre, que es pasado y es futuro mientras no actúa- la tiene la imposibilidad hoy, de la existencia de los desvanes, con esto de la propiedad horizontal. Una casa sin desvanes, pensaría yo después, es algo así como un pueblo sin historia, como una vida sin dolor, como una niña sin juguetes rotos, como un joven sin desengaños, como una mujer sin hijos. Era allí, en los desvanes, donde yo encontraría ese contenido real, oculto, aletargado o dormido, que forma la auténtica personalidad de cada ser.
Allí, arrinconados, viejos cuadros de antepasados, fotografías, espejos, muebles en desuso, restos de una obra de arte empezada y sin terminar, marquetería, repujados, huellas de talentos o de sentimientos e ilusiones gastadas, frustraciones… Suspiraba… Lo que se quiso y no se pudo ser, lo que se fue y hay que olvidar… Medallas ganadas ya morroñosas, una banda de honor, una cartera de colegial, la carita de china de la bella muñeca rota, un cofre con secretillos de amor… ¿De quién? ¿De la abuela Raimunda? ¿Aquella señora tan fina, esbelta, delgada, bonita, desheredada por curas y canónigos por culpa de una boda de amor con el hombre del yunque? ¡Qué precioso, qué romántico! Y yo redondeaba la historia ante aquellas cartas viejas y deslucidas y unas fotografías anticuadas y ajadas como el cofre que las contenía.
Reconstruir pasados, revivir viejas historias mitad ciertas mitad inventadas, era como un poner en marcha mi imaginación. Maravilla pura, embrujo, pasión, dolor, alma…
¿Y, encontrar un arcón todo lleno de disfraces y trajes regionales y ponérmelos todos ante el espejo viejo? Mantones de Manila, mantos y refajos, la mantilla española… ¡Cuidadito! Esto hay que envolverlo y guardarlo tal como está. Peinetas para los toros, castañuelas… ¡Mágico encanto! ¡Cuánto trapo brillante, bordado, refulgente, aterciopelado, satinado, volandero, espumoso…! ¡Sí, aquello era vivir soñando la vida para después saborearla más en su jugo! Porque la vida debía ser eso, una bruja locura endiablada poética y patética que ya empezaba emborrachándome…

VI
-¡Baja, hija. Baja, niña, que te encantas en el desván! ¿Pero, qué diablos andas enredando tú solita allí arriba? ¿No tienes hambre, de nuevo? Si bajas te doy chocolate con pajaritos.
Los pajaritos eran cuadritos de pan frito preparados en lindo platito, muy iguales.
-¡Yo quiero más fresas en aguardiente!
-¡Nada de eso! ¿No ves que eso emborracha? ¡Chocolate con pajaritos para cenar!
-Pues mamá dice que tú haces los licores mejor que nadie en el mundo.
-¡Lo que diga ella! ¡Bueno, si ella lo dice!
-Ella dice…
-A mamá no hay que llevarle la contraria en nada porque luego se disgusta. Como es muy sensible y sufre por todo…
-¡Una niña del cole dice que mi mamá está loca!
-Pobrecita tu mamá, todos la enfadan. Luego, se exalta, y como tiene un carácter muy fuerte… Tú eres mayorcita y debes ayudarla, que para eso Dios te dio una gran paciencia… ¡Es una suerte¡ ¡Mira, me voy a arreglar para acompañarte hasta pasada la Catedral y te dejo en la acera de la calle Real! Ya sabes, tú derechita, sin detenerte, hasta llegar a casa.
-¿Por qué te pones tan guapa para acompañarme?
-Porque desde niña, el mundo se fija en ti y dibuja tu retrato, ese que ya te acompañará siempre. Por él sabrán si eres guapa o fea, tonta o lista, educada o vulgar, honrada y decente o…
-¿O qué?
-O todo lo contrario.
-¿Por qué? ¿Por qué?
-Ahora nos verán juntas. Dirán que eres mi nieta. Hablarán de mí, de ti, de los demás…, y empezarán a forjarte, como ellos quieran, como les parezca, pero desde lo que nosotros con nuestra apostura les demos a entender.
-¿Por qué? ¿Por qué?
-¡Niña, no preguntes tanto, eres pequeña, ya te explicaré todo más adelante!
-¡Abuela, te quiero mucho!
-¡Niña, por Dios, no cojas esas uvas, que están ácidas, que están verdes y hay que darlas tiempo… Como a ti! ¡Niña, no te subas a por moras blancas a los árboles de la plaza de la Merced! Eso sólo lo hacen los chicos… ¡Anda¡ Ya estoy arreglada, te llevo hasta la calle Real.
-Me lo enseñan mis primos. A veces nos escapamos al Alcázar o a la Merced y cogemos moras de árbol. Lo pasamos bien.

VII
Veo la plaza Mayor. Como fondo, la bellísima Catedral. Enfrente, la fachada del Ayuntamiento y el reloj. Hay un kiosko para la música… Es la plaza provinciana con sus pequeñas escalas clasistas, que se respetan fielmente: la clase amerengada, o el quiero y no puedo con el quiero y no puedo agresivo, pasea por los soportales o se sienta en las mesas, que son como una frontera o límite; el empleado medio o el obrero especializado, pasean por la calzada; los soldados y chachas, peones y chiquillos sin excepción, pasean, juegan, se estancan en grupitos o se sientan en unos bancos dobles de piedra que circundan la elipse. En el kiosko, la banda de turno hace su demostración, según de lo que se trate. Hay mucha tradición musical, porque tenemos la banda de la Academia de Artillería, banda “La Popular”, la banda del Regimiento de Artillería, la banda del Hospicio y la Filarmónica Segoviana… Interpretan, rivalizando entre sí, toda una jerarquía de valores melódicos o simplemente los aires de moda de la época. Las niñas, obsesivamente, bailamos la tana, la canastera de capuchino, la loca, los charlestones, o jugamos al pasimisí… Luego, a los acordes de la banda, con verdadera locura y ganas de aprender, lo bailamos todo sin excepción.
Y me siento superbailarina. No me explico como se me da tan bien y sin aprendizaje. Me sale porque sí y bailo como un peón. Se me regalan notas, ritmo, armonía.., y me acompaña una extraordinaria flexibilidad. -Esta chica debe haber nacido para titiritera.
Claro que no digo como le caen a mi tremenda ilusión de vivir, esas lamentables decisiones de mi madre: -!A desnudarse, a cenar y a dormir! ¡Hoy no sale nadie de casa! ¡He dicho que no sale nadie! ¡Y no llores, porque te va a dar lo mismo!
¡Dios santo, qué pena, qué angustia, que lástima me da de mí! Me pongo en mi balcón y veo cómo van subiendo todas mis amiguitas, las niñas del colegio, las vecinas, los chicos… Y yo no. ¿Por qué yo no? Porque se ha enfadado mamá. ¿Pero, quién o qué la ha enfadado? ¿Pues, si no he sido yo?… ¡Vale, voy a rezar, voy a ofrecérselo al niño Jesús, como dice Madre Virtudes!… ¡Si pudiera dejar de llorar!
VIII
Día de fiesta. Oigo desde la Catedral, mientras me aburro solemnemente, una Misa Mayor. Pido a Dios humildemente perdón por mis constantes distracciones. No consigo rezar un Padrenuestro entero; cuánto menos, un Rosario. ¡Un Rosario con su Letanía! ¡Suplicio! ¡No puedo ya con la imaginación! Desde la Catedral se escucha la banda de música del kiosko de la Plaza Mayor: Beethoven, Granados, Falla, Mozart, Schumann… La sonoridad del eco en oración, el reflejo multicolor de las vidrieras de los altos ventanales, las altas columnas, las enormes figuras del Viejo Testamento y… “Sherezzade”:¡Perdóname, Señor! Padre nuestro… Y vuelta a empezar. Al fin me abandono y me cuento un cuento: la niña baila con Petrushka.
Rompe una de mis tías el encanto: -¡Niña, por todos los santos, deja de pensar en las paviotas!-. ¡Oh, las paviotas! ¡Las paviotas bailando al conjuro de la música! ¡Mis paviotas!
Se me antoja que mis tías son unas cursis. Son engreídas, van llenas de joyas, llevan abanicos colgados con cadenas en verano y en invierno manguitos de piel y mitones para calentar los sabañones y que piquen mucho las manos. Viven por y para los demás. Se sienten algo así como nuevas ricas. Son criticonas. Llevan el pelo escarolado en las orejas y rizado a tenacillas. Siempre tienen que decir algo malo de mamá. Pero…, Sencillamente, me adoran. Claro que hay amores que matan, pues no me dejan un momento en paz. ¡El pelito, la colocación de la gorra o el sombrero, la postura, el gesto, el rosario…
-¡Niña, esos brazos! ¡Niña, derecha, la cabeza alta! ¡Niña, sonríe, saluda a esta señora! ¿Cómo se dice?
IX
¿Mis tías? ¿Mi abuela? Gentes que suben gracias a la inteligente habilidad de mi padre. Un dinero nuevo que reluce. Una casa grande de hermosa fachada con figuras salientes de mujeres helénicas. Piso en la calle los colores diversos del reflector que anuncia el negocio a los transeúntes. A la puerta los aprendices reparten agendas, lapiceros, estuches con espejitos… En el cine, también se anuncia el negocio.
Voy al cine con la abuela Elena que sube despacito apoyada en su bastón. Me hace leer los letreros en voz alta para que la gente se entere de lo bien que lee su nieta. La abuela tiene siempre hojuelas para mí; estas hojuelas tienen figuras de animalitos, picos, corazones, estrellas… Están golositas llenas de azúcar o bañadas en miel. También hacen rosquillas, maravillosas rosquillas. Su armario está lleno de chucherías y caprichos con los que me obsequia.
Las tías ensayan posturas de vida nueva y tienden sus redes a posibles pretendientes. Yo soy la mensajera del amor, pues siempre tengo que llevar cartas y recaditos a unos u otros lugares. Un besito, una perra, un caramelo, es el premio. Me dominan mucho. Son personajes irreales y falsos que cierran herméticamente, con llave y candado, su realidad. Su voz es falsa, su postura estudiada, sus ademanes fingidos, su sonrisa intenta ser encantadora. Brincan mucho y escandalizan cuando llegan las amigas. ¿Son o no son? Todo es falso y todo es cierto; todo es mentira y todo es verdad, todo es pena y todo es alegría. ¡Confuso… confuso! Sólo veo claro dentro, muy dentro de mí; pero no puedo abrirme, los demás me han creado a su capricho. Soy la niña buena, dócil, obediente… ¿Un poco bobita, no?
Voy a mi mundo interior. Empiezan a vivir en mí dos seres distintos, contrapuestos. Yo soy la que soy para mí, con una manera de entender y enjuiciar, analista y observadora, buscadora permanente de causas y efectos… Y sobre ésto soy una manera de sentir, un permanente dolor… Y soy, para ellos, lo que cada cual me obliga a ser. ¿Cómo son las cosas? ¿Como las que me rodean? ¿Como a mí me las hacen vivir? ¿Como a mí me dicen que deben y tienen que ser? ¿Cómo entiendo yo que deben ser? ¿Como son en realidad, desposeídas de ellos y de mí?
X
Grita mamá:
-¡No dejes que te soben! ¿Entiendes? ¡Vas muy bien peinada, porque te ha peinado tu madre! ¡No consientas que la tía Julia ensaye peinados diferentes en tu cabeza, que luego deshaga la tía Cipriana y luego corrija la abuela! ¡Tienes que ir así, como quiero yo que vayas! ¡Eres más tonta!… ¡Las sirves de tapadera para sus conquistas! ¿También el niño ese, quiere que cruces cartitas a la novia? ¡Anda y que se lo haga él!
-¡Si no te parecieras tanto a la maldita familia de tu padre!
-¡Eres tonta, eres tonta! ¡Espabila, hija mía! ¿Cuando vas a espabilar?
-¿Piano… Piano? ¡La dices a la monjita que esas ganas de piano tengo yo! ¡El del fregadero! ¡Aprender a ser una verdadera mujer de tu casa!
-¿Idiomas, francés, pintura? Le dices a la monjita que no tengo gana de coplas. ¡Qué me dejen en paz! ¡Sacaliñas, eso es lo que son las monjas!
-¿El santo de la Madre? ¿La llegada de la Infanta Isabel? ¡Estas monjas lo que quieren es que yo vaya a cantarles las cuarenta!
-¡Cualidades, cualidades…! ¿Para qué? ¡Si tú eres una sosita, una tontita, muy buena pero muy infelizota! ¡Cualidades… Lo que quieren es dinero! ¡Anda, vete con la abuela, que tengo mucho que coser!
XI
Salen los cadetes de la Academia y se hace un paseo juvenil por la calle Real. Es un cuadro pendiente de una melodía; siempre de una melodía… No sé nada de música, pero las notas de ciertas melodías han quedado para siempre vibrando en mi alma con el color del recuerdo. No podría pintar el cuadro sin su música de fondo. Suena la bandurria de mis tías… Las persianas de aquel primer piso de la calle Real están bajadas a medio balcón, los enseres tienen a trozos un reflejo de sol… “Eres alsaciana tú, cual bella flor, y un beso merece tu, dulce candor…” Y miran los cadetes a los balcones… Llegan amigas muy peripuestas y dicen vanas tonterías que suenan y saben a mentirijillas. Se miran al espejo y dan brinquitos. Huele a bistec con patatas fritas: -¿Quieres hojuelitas, dátiles, amarguillos…? ¿No esperas un poquito más, que suban los tíos a comer?
La bandurria, los cadetes, la casa de enfrente donde vive la novia del tío Pepe…, la luz descomponiéndose en reflejos…, las bandejas de plata llenas de pétalos de flores deshojadas, blancas, rojas, rosas, de té… -¡Niña, niña… Déjalas, son para la Virgen! -¿Para qué Virgen? -¿No sabes que esta tarde pasa la procesión?
¡La procesión! Es en estos días cuando mamá desempolva las alfombras y las colchas bonitas que han estado guardadas casi todo el año; es cuando se ponen colgaduras en los balcones. Como tenemos tantos balcones que dan a la calle Real, nuestras casas suelen llenarse de gente; gente cursi, presumida, con mucho cuento, que mueve mucho las manos y pone voz de falsete al hablar.

Continuará

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Categorizado como Relato.

Por Taifasa

Página literaria. Página web dirigida por Arturo Martín Neira. Cuyos objetivos son la publicación y difusión de literatura inédita. Actualmente se están publicando: Obras teatrales de María Elena Neira, (Segovia 1914-Madrid 1998) Cuentos y relatos de Arturo Martín Neira. (Madrid 1955)

3 comentarios

  1. Me encanta como escribe esta autora!!!
    Especialmente emotivo , intimista y lleno de frescura «Cuadros de una vida.»
    Esos retablos profundamente humanos que una y otra vez nos evocan la infancia con sus luces y sus sombras.
    Estoy deseando conocer más de esa parte de la vida que quedó atrás y siempre nos marca.
    Hasta pronto.

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