Dos amigos


RELATO POÉTICO

Introducción

Ángel caminaba por el pueblo deprisa y nervioso buscando una visión que le diera un poco de calma. Estaba cansado de tantos servicios, tanta cocina, tanta guardia. Parecía que habían rebajado a todo el mundo menos a él. Se recostó en unas piedras, cerró los ojos, después de observar con desprecio la mole de la refinería de petróleo, el espeso humo negro que despedían sus fogosas chimeneas, y se imaginaba en la ciudad. De nuevo: (Iba con sus amigos a los conciertos, se hablaba del punk de Ramoncín y tenía ganas de ver a Leño.) Había que ver todo lo que le habían hablado de ellos, su amigo Pepe, que sí les conocía en directo. 

 (Se vio rodeado de una multitud de muchachos y muchachas que reían, bebían cerveza fresca, y coreaban las canciones de Leño, que Rosendo cantaba con su voz ronca.)

«Las voces de los hombres llenan el espacio

Atraviesan los arrabales.

Surcan los aires

Y penetran la negrura del Universo

Y entregan a los aires

la esperanza de llenar de vida algún día 

tal imposible inmensidad.»

Capítulo primero

Finalizaba el concierto: Rosendo y su banda: Leño; habían hecho ya dos bises pero su público absolutamente entregado seguía inamovible del Teatro y aplaudiendo gritaba: “Otra” “Otra”. Dos o tres canciones más cantarían antes de irse del todo. Ángel Luis se encontraba en las gradas de arriba, lo que era el ultimo entresuelo del teatro, y disfrutaba embelesado con la música. El bajo, Chiqui, recorría incansable el escenario y la batería se desgañitaba mientras Tony la aporreaba sin cesar. Era en Colmenar, creo, o no, en Leganés, sí, era en Leganés, aunque bien pudiera haber sido en la Casa de Campo, o en el paseo de la florida.

Ángel Luis cerró los ojos, su cabeza y su mente se ahogaban por unos instantes con la trepidante música y solo distinguían el eco de una voz. La del público ferviente y entregado.

Ángel Luis está esperando, cuando la canción termina se pone en pie y grita con los demás: “Otra” “Otra”. No puede creerse lo que está viviendo, se agarra a su amigo de la emoción.

 -¡Eh! ¡Tú! ¡Vas a despertar de una vez! ¡Ya lo creo que sí!

 Unos golpes trastocan el placer del sueño en angustia feroz. ¡OH no! Son las cuatro de la mañana, Ángel abre los ojos y se da cuenta que está durmiendo vestido en un camastro del cuerpo de guardia. Una apesadumbrada voz interior le dice: “El relevo”. Otra voz, rebelde, grita: ¡No! ¡No!

Ahora está en la garita. Despejado. Piensa en sus amigos. En sus compañeros. Mira para uno y otro lado antes de ajustarse los cascos del casete y escuchar la música de Imán, Rock Sureño y sinfónico de Andalucía. Luego de las dos horas llega el cabo con el relevo. Ya queda poco. Dentro de una hora amanecerá y al paso de un mes llegará la primavera. Sopla un aire frío que se mete entre el tres cuartos y tropieza con el cuerpo ajado por el mal dormir, la quietud desesperante y el cansancio de la guardia. Ángel sabe que mañana tendrá por ello los ojos vivos y soñadores.

Por haber mezclado la vida real con los retazos de sus sueños. Luego, por la mañana, mientras hacía el ultimo plantón, recordaba el día en que llegó al cuartel.

Ese primer día en que Ángel Luis se incorporó al cuartel venía de disfrutar de una semana de vacaciones después del CIR.

Habían terminado ya de comer, y se había sentado a la sombra pensativo después de recorrerse el cuartel: Un gran patio, dos edificios, de dos pisos, cada uno de los cuales albergaba a una compañía. Detrás de uno se hallaba la enfermería y la cantina. Detrás del otro el polvorín y el garaje, el corral, que había una especie de chimpancé, y muchos conejos. Al frente estaba la entrada, el cuerpo de guardia, a su derecha despachos y oficinas, a su izquierda el calabozo, que también era prisión militar. Y había legionarios y soldados. Detrás de los edificios estaban las letrinas, las duchas, y las cocinas. La valla de piedra lo rodeaba todo y sobresalían las garitas que semejaban las almenas de un imaginario castillo. El suelo era de adoquines, de tierra y había algún camino asfaltado. Todas las paredes estaban brillantemente encaladas. Viejos árboles aislados, algunas plantas y matorrales, y eso era todo lo que había visto.

   En comparación con el CIR, allá en Córdoba en el cerro Murriano podría decir que el cuartel era bonito, cómodo y apacible. El CIR era lo mas parecido a un campo de concentración de prisioneros de guerra: Grandes barracones, alambradas- solo cuando la merienda se poda ir mas allá, hasta el campo  y disfrutar de un bello paisaje y comer y emborracharse en los chiringuitos que salpicaban el río.

La diferencia con el cuartel era notable. Se aparecía este a sus ojos como más familiar y acogedor pero lo pensaba con temor porque sabia que hasta el Ritz devendría en tenebroso si alguien lo transformara en prisión. Un año. Un año de su vida pasaría entre esos muros blancos, a mas de seiscientos kilómetros de Madrid, de su familia, de sus amigos, su novia, que se llamaba Luvia, que vete a saber si no aprovecharía la ocasión para probar nuevas experiencias; y se recriminó por pensar eso después de haber pasado con ella la semana de vacaciones en un aparthotel de la calle Galileo. Todavía sentía el gusto de los muchos besos y la dulce pereza del amor.

En todo ello pensaba Ángel Luis cuando se le acercó un soldado que se sentó junto a él. También pensaba en las novatadas que les harían los veteranos. En el CIR. no cayó en ninguna aunque lo que vio le pareció súper ridículo, más para los verdugos que para las victimas y además los capitanes y los sargentos no solo lo consentían sino que lo alimentaban. Esa mañana, al guardar sus cosas en la taquilla querían quitarle la comida que llevaba pero no lo permitió y se fueron intimidados en busca de una presa más fácil. Pensaba también en Luvia. Odiaba la mili y el ejército. Se sentía preso y humillado. Los tres meses de recluta habían sido horrorosos. La instrucción, las marchas, las pestes teóricas, todo, todo le pareció bestial, en el peor sentido que se le pueda dar a esta palabra. Ahora que caía la dictadura, que se empezaba a caminar por el sendero de la libertad  a él le tocaba hacer la mili, adiós al amor, a las ideas, a los planes. Adiós a la paz.

-Hola.¿Cómo te llamas? -Le dijo el soldado sacándole de su próxima desesperación.

-Ángel Luis. ¿Y tú?

-Julián. Ya veo que eres de los nuevos. Llevo yo ya tres meses aquí y me quedan otros nueve. ¡Buff! ¡Vaya parto! Mira, no quiero desanimarte pero es mejor que lo sepas: El tiempo es aquí lo peor, el suplicio. Se pasa siempre deseando deshacerte de él. Sólo piensas en que pase cuanto antes, que llegue el último día, cuando te dan la blanca y te devuelven la libertad- ¡OH! ¡Qué Bendición! ¿Puedes imaginártelo? Chaval. Adiós a los uniformes. Y al mal olor, a la infamante rutina y las odiosas órdenes con humillantes obligaciones. ¡Dios! ¿Cuándo acabará esto?

-Pero bueno, no será para tanto, no entiendo como puedes exagerar de esa manera. Habrá algún medio para aliviar las cosas chungas ¿no?. No vas a estar amargado encima, ya que te están jodiendo te fastidias también a ti mismo, pues menuda tontería, oye…

-Sí, claro. Esto está por descontado. Hay muchas formas de tomarse las cosas, no solo en el cuartel sino la vida entera. Y aquí te das cuenta de lo parecidos que somos los hombres, aunque tengamos acceso al paraíso de la diferencia: El sentimiento de ser únicos en el universo, esencialmente diferentes a todos los demás. Por lo que pese a ser tan parecidos creamos mil caminos diferentes de afrontar las cosas.

-Oye, Julián, ¿Te gusta la música?

-Sí.

-¿Cual?

-Bueno, sobre todo me gustan los Rolling Stones y Pink Floyd. ¿Y a ti?

-Sí. A mí me gustan también, y además Led Zeppelín, Génesis, Focus, ¿y españoles?

-¡Bah! Aquí no hay nada de nada. Esto está muerto.

-¿Nada?

-Bueno, te puedo hablar de Triana y de Imán en Andalucía. Pero yo soy de Madrid y allí, nada, bueno hay un punk que se llama ramoncín, que tira huevos y tomates a los espectadores y arma la de dios. Y no he oído nada más. Me habló en una carta Josebas, que es un coleguita de allí, del foro, de otros grupos nuevos, Asfalto, WC, y más que no me acuerdo.

-Que gracioso. Asfalto… Y yo que vengo de Madrid y no me he enterado de nada de eso. ¡Que pena!. Es por Luvia, mi novia, que me tiene secuestrado y por ella no hacemos mas que follar y follar. Bueno, a veces me escapo a comprar un bocadillo y hablamos y hablamos, oímos a Jethro Thrull y a Bob Dylan.

 -¡Ah! Qué bueno, cuenta…

Con estas razones Julián ayudó a Ángel a completar su exploración del cuartel y recalaron en la compañía a echarse un rato antes que les llamaran otra vez a la instrucción.

Después, a las seis o las siete acababa, y podías ir a darte un paseo por el pueblo, o quedarte en la cantina o en la compañía si no.

 Un día estaba Ángel en un bar tomándose unas cervezas. Unos compañeros estaban en otra mesa y gritaban haciéndose los graciosos soltando estrepitosas risas. Al rato, ya sus caras estaban rojas de tanto comer y beber, y empezaron a cantar canciones típicas de la mili que se sabían. Ángel se dejó arrastrar por ellas sin querer emocionarse y luego salió a caminar y caminando su imaginación se puso a volar y vino a él su ensueño preferido desde que se hizo amigo de Julián: “Era Ángel entonces un guitarrista y un cantante de una banda de Rock y se imaginaba uno por uno todos los ideales y magníficos avatares de una vida de elegido por el arte y por el éxito. Acordábase de las películas que había visto en la sala California de los beatles y otros cantantes y repetía en su persona las escenas que mas le gustaron como el festival de Woodstock, etc

ES SOLO UNA CANCIÓN…

-Ángel!

Al oírse llamar, Ángel Luis se ruborizó, ya que cantaba a voz en grito y sintióse descubierto. El que le llamaba era Julián y su rostro desenmascaraba una sonrisa irónica, aunque cómplice. Él también se  cortó un poco y dijo como para salir del paso

-Joder, llevo toda la tarde buscándote. ¿Que coño haces? Parece que te quisieras esconder.

-¡Bah! ¡Que va! No sabía que habías salido hoy.

-”He salido a buscarte solamente. Tengo una noticia de Madrid. Mira, es carta de Joseba y ¿sabes qué? Ha estado viendo a Leño, en Madrid, y a un grupo muy cachondo que se llama Cucharada, y que los músicos van disfrazados, de mujer o de monja, ¿Has visto nada igual?

-¡Ah- y de Leño, ¿Qué te dice?!

-¡Nada, poca cosa, habla de una canción donde dicen que Madrid es una mierda que allí no pueden vivir ni las ratas, vaya gracia, yo se lo cambiaba por esto con los ojos cerrados, otra canción de un tren que te  lleva a un viaje maravilloso y alucinante, pero nada más.

-¿Nada más? Tu amigo debe estar tonto, macho. ¿Quién se va a creer eso? Estar viviendo de cerca unos acontecimientos tan principales, el resurgir del Rock, casi su nacimiento, tras la mordaza del fascismo y no contar más que lo de la mierda y el tren, es imperdonable. Mira… Julián, debes escribirle ahora mismo, pídele más detalles, más datos, ¿entiendes? Que te mande además una cinta, sobretodo que te diga todo lo de leño, por favor, Julián.

-Sí, si, no te preocupes chaval, ya le daré la bulla; ya ves que lo primero que he hecho ha sido venir a contártelo ¿no?

EL TREN

La línea, siete de abril de mil novecientos setenta y seis.

Querida Luvi:

 No sabes cuánto agradezco las cartas que me mandas. Mantienen en mí la ilusión de seguir vivo y ser un ciudadano normal.

Aquí en el cuartel todo es superabsurdo, aburrido hasta lo insoportable. Así que Julián y yo hemos decidido formar un grupo de Rock. Yo voy a cantar, aunque tengo la voz hecha un cisco y tocaré también la guitarra y la armónica, y él se ocupará de la batería y del bajo. Luego hemos hablado también con Jesús y le queremos convencer para que toque el piano, o el sintetizador ese. Mándanos algunas letras para que nos inspiremos. Entérate de todo lo que pasa con un grupo buenísimo que se llama Leño y cuéntamelo todo, todo. Te quiere mucho tu Ángel.

   La línea, ocho de mayo de  mil novecientos setenta y seis.

Querida Luvi:

Te escribo para contarte nuestros progresos. Ayer subimos a una torre desde donde se divisaba el peñón, y por lo tanto el mar, que es tan bonito, Julián, Jesús y yo. Allí, apacibles, sentados nos pusimos bien y luego estuvimos ensayando largo rato. Hemos decidido ya el nombre del grupo, que se llamará: “Los naturales”, aunque si he de serte sincero se lo he plagiado a una niña que se llama Lidia, que es una inventora de canciones estupenda, aunque dada nuestra condición de secuestrados pienso  que algunas de estas cosas nos deben ser permitidas. En su honor completaremos  en el futuro el grupo con una chica que baile y que se mueva requetebién y que sepa algo de música, no como nosotros, si nos vieras…

Luego hemos comentado lo que está pasando en Madrid con eso del Rock, que aunque aquí no lleguen las noticias sabemos muy bien que hay varios grupos que no paran de hacer actuaciones en la capital y en los pueblos y que siempre llenan las plazas de toros y donde se pongan a rebosar de un público ferviente y entregado.

Luego no se que me dio y me largué a caminar yo solo por ahí, en las afueras del pueblo, me sentía mareado y había un cielo del atardecer precioso, algo me inquietaba y yo trataba de no pensar en ello. El sol se oscurecía tras una densa nube, el aire mecía mi pelo, la vida me mimaba con su plenitud de sensaciones. En eso recordé una tonadilla y comencé a tararearla. Iba recorriendo los espacios mientras sonaban las guitarras, había una voz que cantaba. Seguía el ritmo con los pies y un deseo de moverme en todos los sentidos se apoderaba de mí. Eché a correr, quise retener mis pensamientos y el caminar de mis emociones. Sentí la paz y anhelé que me invadiera. La paz como la senda que guía mis pasos. En el camino siempre hallo nuevos horizontes.

   Es tiempo de regresar, siento al volver que está lavado mi espíritu, saciado mi acontecer y apaciguada mi ansia. ¡Como cambian los tiempos! Con que rapidez cambian nuestra vida. Mueven oscuros resortes. Ya en la compañía recibí varios mensajes de los colegas de Madrid. Uno me anunciaba el L.P. en directo de Leño, donde grabarían e interpretarían  su tercer disco y sus nuevas canciones. Me daba rabia, no tenía acceso más que a una cinta y me gustaría tanto escuchar todo lo demás. Volvía a repetirse mi camino interior. Otro mensaje me pedía encarecidamente que mantuviera correspondencia con él, era una carta de un tipo que no conocía pero que había leído una carta que escribí  a un periódico protestando por la situación de los reclutas. En fin, Luvi, no se porqué te cuento todo esto. Parezco tonto, aquí escribiendo mientras todos se preparan para dormir, pero me gustaría tanto poder hablar ahora contigo y contarte muchas cosas que se pasan ahora por mi cabeza… Adiós. Solo pienso en ti. Te quiero.

Ángel Luis dejó por fin de escribir. Guardó su carpeta y siempre antes de acostarse solía encontrarse con Julián y hablaban de muchas cosas, y a veces hacían reflexiones filosóficas, contrastaban ideas y hasta se alejaban de la realidad. Ese día asomados al balcón Julián le decía:

   -”Hoy ha amanecido más temprano que ayer, lo que anuncia la llegada de la primavera y nos invita a vivir con más intensidad nuestro tiempo, y nosotros…”

   – Nosotros,-continúa Ángel- vemos desde nuestros barrotes la vida pasar, conscientes de sus agradables ofrecimientos y permanecemos atados a la labor que nos imponen, destruyéndonos la libertad de crear nuestra vida y seguir los pasos de nuestro guía: El destino, que siempre nos reprocha habernos apartado de su lado. ¡OH! ¡El tiempo! Hado misterioso, aliado del azar, música de nuestro pensamiento.

     – ¿Sabes, Ángel? Me gusta mucho cuando hablas así. Invitas a la rebeldía, acercas la luz a nuestro pobre mundo. Creas la conciencia de una esperanza dormida junto con otras cosas bellas de nuestro pasado. Me acordaba de esa canción:

LA NANA…

Un día sucedió que Julián le pidió el seiscientos prestado a Antonio para irnos a Marbella. Salimos del cuartel a la mañana, después de todas las revistas y oír la misa, todos menos uno que tuvo el valor de declararse ateo, que aunque solo fuera por llevar la contraria daban ganas, ya lo creo, y nos embarcamos en el coche, Julián al volante.

   – ¡Bah! Que ganas tenía tío de tener un volante en mis manos. Bien, ya verás, chaval, lo que es volar. Ya puedes agarrarte bien.

    – “Bueno pues, a mi la velocidad me va un montón. Alucino con el aire y no me da miedo. Pero dudo mucho que le puedas sacar partido a este trasto.

-¿Este trasto dices? A este cacharro le saco yo hasta ciento veinte kilómetros.

-Ya veremos.

Atravesaron toda la zona despoblada hasta Estepona, la carretera seguÍa junto al mar, que se veía a menos de quinientos metros. Grandes playas de arena negra los bordeaban, Julián disfrutaba de lo lindo con el juego del conducir, frenar, acelerar, maniobrar en los adelantamientos, cambiar de velocidad, de marcha, de carril. Cantábamos a voz en grito la música que preferíamos ya que nos la sabíamos de memoria y casi no se oía el casete.

BUENA VELOCIDAD QUE NO LO ENTIENDO…

Llegamos a Marbella y la recorrimos en coche, eran las doce de la mañana, no más, la ciudad no se había despertado aún, luego desayunamos y se oía en la radio del bar a Simon y Garfunkel cantar la canción de By, By, Love… Después alquilamos una barca de pedales e intentamos llegar hasta alta mar, sin conseguirlo pues paramos a tomar resuello, no estábamos tan locos, y de paso a fumar un cigarrito de moda, que hay que apurar el tiempo y extraer de él su eterna promesa. El domingo de libertad pasaba y teníamos hambre por lo que nos adentramos subrepticiamente en el barrio viejo Marbellí. Allí había restaurantes y comimos opíparamente. No se me borrará el imdeleble recuerdo del exquisito Mero a la plancha. en fín, satisfechos nuestros apetitos físicos caminamos perezosamente por la ciudad. Entramos en algún pub, ya que nos vendría bien un carajillo o un café irlandés para coronar el día.

Luego regresamos a gran velocidad a San Roque. Había que llegar a la retreta, singular costumbre por la cual pasaban lista para ver si estábamos todos. A la hora exigida. Siempre me mareaba, todas las retretas consistían para mí en el intento de no desmayarme ni caerme redondo. Pero no pensaba en eso cuando rompíamos el viento de Estepona con nuestro flamante seiscientos y nuestras voces al viento agradecidas.

Capitulo segundo

Siempre le serenaba ensoñar con los conciertos y mil aventuras que acontecían en su ciudad. Luego se fue al cuartel muy despacito y deseaba no llegar nunca, no pasar por el cuerpo de guardia, ni atravesar el oscuro patio, ni formar la retreta, solo dormir, pero, por favor, que no le volviera a despertar la trompeta, ni los gritos del semana o de los cabos. ¡OH, no! Otra vez no, y se despejó esas ideas con un leve movimiento de cabeza, entonó otra canción para olvidarse, respiró su fuerza y su aguante  al pasar por la rosaleda y se adentró en su prisión.

Y sin embargo, que felices los momentos de libertad que suponían el acostarse, saber que a lo largo de una entera noche nadie molestaría el dulce sueño, el bromear con los compañeros y la iluminación de la mente al pensar que todo lo malo pasaría y que solo el poso de los ratos buenos perduraría en el recuerdo, luego en la ciudad ¿Volvería a ver allí a sus amigos? -Se preguntaba- ¿Cómo  serían ellos, sin uniforme y sin la mili? A la mañana siguiente intuyó el toque de trompeta y luchó en el tiempo que le quedaba, antes que sonara diana, para retener el sueño que había tenido.

        “Se aleja la mirada, en el vasto horizonte, y perdida se encuentra de repente en el pasado: Estoy sentado en un pupitre. Un maestro, en frente de mí, gesticula y hace garabatos en una pizarra, se oye su autoritaria voz: “Es decir, como vosotros comprenderéis, mis queridos alumnos, este teorema es de capital importancia para la comprensión de las matemáticas. Vosotros estáis ahí sentados, fijados en ese pupitre, lo queráis  o no. Yo se que a unos chicos como vosotros más les gustaría estar andando por ahí, haciendo barrabasadas, o pintando la mona. Pero pensáis: Cuando sea mayor quiero que me paguen por lo que se, quiero que me paguen por quedarme sentado y hacer trabajos matemáticos o técnicos, o dedicado a hacer dibujos animados. Es muy posible que el progreso hubiera sido más factible si no hubiera habido guerras. Si no se hubieran utilizado con oscuros propósitos los inventos, los descubrimientos, las proezas de todo tipo que algunos hombres hicieron para la humanidad entera. La ciencia, el progreso, las sagradas palabras de los ideólogos y de los publicistas, todo hubiera alcanzado cotas más altas si hubiera habido un desarrollo más natural y acorde por lo tanto con las necesidades humanas. Mas el ansia de poder y de riquezas siempre lo ha estropeado todo. Por eso la humanidad actual se debate en un infortunio causado por ella misma, dos infortunios. O más. O todos.

   No nos damos cuenta porque no queremos. No nos atrevemos a desvelar la cara ante la realidad. Tememos que esta vida que tomamos por importante sea solo una ilusión, esos detalles con los que creemos ser personas, como si temiéramos que esa certeza supusiera la muerte, y huimos constantes de ella.

   El Maestro dejó de hablar pero mirándome pensó: “No te has enterado de nada de lo que he hablado, nunca sabrás este teorema. Has estado todo el tiempo con la mirada perdida construyéndote algún sueño.”

    Al rato nos levantamos y nos fuimos. Éramos. Sí. No es la vida de la que me sentiría orgulloso pero después de todo, si. Tenía sus compensaciones. Había de todo y para rato. Solo hacía falta cogerla, agarrarla con la mano y era tuya, Ay, la vida.

       El horizonte se iba oscureciendo. Vino la memoria y me invadió. Me hizo esconderme de todo, pero sabía que no había escondite para mí. Sabía que no había llegado aún al mar y que habría de sortear millones de obstáculos, pero al soñar con algo ya lo empezaba a disfrutar, y me hacía más evidente cuanto más tratara de esconderme. La separación y el olvido. Fuerte dolor que retumba mis sentidos. Y el tiempo se acercó a la memoria y la dijo: ¡Serénate, te daré cien vidas para que disfrutes del recuerdo! ¡Gracias! ¡OH! Cayó de rodillas sin creérselo todavía. La memoria, que se postró por la revelación y se acusó de su gran maldad, de su volátil condición, de ser tan voluble y cambiante. En esto apareció el olvido que quería cubrir a la memoria del horror, y detrás el recuerdo; Y el tiempo se retiró condescendiente/ después de dejar su señal/ Habla una radio en la noche./Ruge el ruido de un motor/ Otro más. Ha pasado otro coche./ ¿Que me lleve a otro lugar?/No. Esté donde esté siempre estaré aquí. ¿O no?

Barracones infectos/ llenos de alacranes, / Hacéis que desdeñe/ una vida de paz./ Para estrechar mi número, /con el fusil al hombro/Y la cartuchera en la mano./ Y llorar por los cuatro: Por los que me quieren, /por mis compañeros, /por mis enemigos./Y por mí.

   Cierro los ojos y se acercan a mí las nubes de la memoria. Cierro mis sentidos al exterior, rompo el cerco que me corroe y vuelvo a la luz incandescente de tu mirar.

Oigo latir la eléctrica radio del piso de arriba. Nadie sabe en realidad nada de electrónica aislante. Aunque científicos rusos hicieron muchos avances en estos sentidos. Acallados y pisoteados por la maquinaria de la élite. Vuelvo al ayer. Y al querer.

Hasta qué punto dudé, y no encontré. Porque dudé y abandoné el espíritu que miraba mi vida aunque él no me abandonó a mí y me guiaba a través de mi inconsciente.

    Un objetivo grande y ambicioso. Una luz dorada que lleve a mi vida a la mayor grandeza. Tiempo. Conquistar el tiempo. Y la luz de la aurora y la actitud inapelable, la conducta justa.

Capitulo tercero

LA GUERRA DE AQUÍ

Se puede extrapolar el tamaño de la guerra para tomar conciencia de las numerosas y crueles guerras que acaecen en el dominio de lo privado.

Al existir una guerra mundial los poderosos, de paso, libran un sinfín de pequeñas guerras y salen victoriosos, de paso, de otras pequeñeces que en ocasiones les tienen muy preocupados pero que al ser guerras cotidianas, solapadas, veladas, acostumbradas- solo las banales justificaciones que se dan a las grandes matanzas pueden servir a las pequeñas, haciendo ininteligible y absurdo el discurso que las combate.

Por eso al tratar de conseguir la gran paz mundial es preciso que tratemos por todos los medios de pacificarnos a nosotros mismos. En eso no es preciso invertir mucho tiempo ya que se trata de una decisión principal y personal que atañe directamente al corazón, y a tratar de compartirla con los demás.

El hombre se hace creador cuando deviene en él su alma de artista. Eso es y seremos si es nuestro deseo. Se puede vivir inconsciente. Y se puede tratar de crear así. Sin darse cuenta. Y de esta forma va siguiendo la vida. Se es y no se es. Se sabe y no se sabe. Es preciso cargar el equipaje antes de comenzar el camino.

La luna se asoma a la aurora, testigo del amanecer. Los ruidos me acompañan. Las nubes se difuminan con el cielo. La belleza de la vida continuamente pisoteada. Aborrecida. Maltratada.

La negra noche se cierne sobre nosotros, pobres, ciegos, presos de nosotros mismos.

Y la luz de la esperanza no ceja de asomarse emitiendo grandes haces luminosos. ¿Que temer? Padecer. Sufrir. Morir. Pero, ¿porqué temer? Mejor aceptar y querer la vida que tenemos.

Bella porque siempre tenemos otra oportunidad y sabemos que podemos usarla para crear nuevos eventos y disfrutar nuestra emoción.

Morimos y volvemos a nacer, una y otra vez en un solo día.

Figuramos siempre sobre nuestra verdadera realidad. Escondo mi culpa a los demás. Lucho con mi conciencia. La paz vendrá cuando nos demos la mano para caminar juntos en nuestra vida cotidiana, creo yo, porque a grandes males, dicen, que hay que oponer grandes remedios.

La paz se convierte en un sueño, el más bello y apasionante de los sueños. El más ambicioso de los deseos. A nuestro capricho se transforma en mujer o en barco, en agua o en aire, en pan o en amor.

La fuerza de la razón acalla el miedo y llama a la protesta. La ciénaga de la sumisión. Hombres con la misión de matar. Solo la justicia de los pacíficos podrá acallar sus designios asesinos.

No busco culpables entre los títeres que expresan la representación. Busco a su Maquiavelo, y respondo con una actitud viva, constante, afirmadora del placer de vivir.

Viendo la vida pasar. Viendo el timón acerado de nuestras desdichas. Viendo la mar desde el campo. Estático. Todo se mueve. Menos yo. Viendo el camino de atrás,  tiro una piedra a la cascada,  que con furor animal hace saltar las aguas.  Veo el salto trepador de las nubes acercarse a las montañas. Veo sombras de luz. Ruidos en la noche. Acechanzas.

Me gustaría saber cual es la verdad de tu corazón y del mío. Quisiera averiguar qué se esconde tras la explosión de las palabras amargas y luego cerrar los ojos y esconder la respuesta en el cajón del olvido. Y huir de mí mismo y dejar aflorar las lágrimas anónimas. Y saber del amor por el vuelo de las mariposas y comunicarme contigo a través del aire caprichoso y no saber, nunca más, saber.

La luna deja su manto gris. Eleva la cordura de las mujeres hallando un nuevo amanecer. El pensamiento es un arma del destino. Del que huimos constantemente para no saber. Paraíso perdido de ensenadas furiosas. Todo así es lo mismo. Se ensalza la forma. Paraíso amarrado. Cenizas de fuego y llamas de alabastro.

Miles de cosas se confunden en mi mente, cientos de rompecabezas dispersos. Un hilo conductor apenas perceptible,  desconocidos sentidos lo animan,  y pasiones milenarias le dan vida: la sangre.

Una noche oscura y algo ennegrecida. Moho. Humo. Polvo. Grasa y luces. Claroscuros tenues. Rutas esquivadas. Ritos extraños. Palabras vanas. Alegorías de especias. Gigantes sorprendidos. Estrellas fugaces, lejos de aquí. Quizás en otra parte.

Un techo en el cielo oculta la noche. La noche amada. Sueño.

Son la una y diez en el reloj despertador, Suena una música fugaz, ruidos sordos, trapecios dorados, fuentes de sol, acarician tu pelo, lamen tus piernas y esconden tus celos,  apaciguan tus temores, estallan, pues, tus miedos. Rotos y estallan de dolor, tus ruidos y tus creencias mueren al nacer.

Abstracción. Las frases que solo son medias verdades luego desencadenan odios e iras. Pero cómo expresar pues el dolor que te causaría mi dolor, por ti. La abstracción rodea mis pensamientos, la seriedad se apodera de mí y la tristeza me invade. Son recuerdos, cosas que no fueron como el sueño sino como la vida más cruel y vacía de sentimientos, de bondad. ¡Y un futuro al que renunciar para vivir!

Cantar canción de amor. Morir en un suspiro y decir te quiero amor, gritar en un susurro: te deseo amor. Pero no. No lo deseas como yo. Pero no. No lo deseas como yo. Suéñame todo lo que precises. No te canses de acordarte de mí. De todos los momentos que pasamos. Por todas las cosas que entrevimos. Suéñame también en el mar, en medio de una nube dorada y mi reflejo en la lejanía,  como un sueño borracho de amor. No te importe obsesionarte, mírame siempre como lo más bonito de ti. Y cuando pienses en mí sabrás que te quiero.

No me cansaré jamás de recurrir a lo oculto de mi mente y de acercar el cáliz de mi vino a la boca de mi amiga. No me cansaré jamás de querer y de soñar y de escribir palabras sin sentido. No eran patrimonio de mi soledad esas cosas tan pequeñas y tan grandes. No eran patrimonio de mi soledad esas cosas tan graves y esenciales.

Nuestras las flores son si las amamos. Nuestro es el cielo si lo admiramos. Su resplandor nos ciega de luces estrelladas. La arena cálida sostiene mis pies descalzos. La tierra donde reposo.

Ordeno mi casa: Un maremágnum. Ordeno mis libros: Una inquietud. Ordeno mi mente: Un imposible.  No pecaréis más que de intento en este malhadado lugar de sombras, con este marchitar estentóreo, tras esas palpitaciones egocéntricas y sinuosas y escarpadas.

Las nubes voraces acrecientan su latido. Vienen llenas de fuego y ansían sangre. Sudorosas acuden en tropel, buscándonos, seres preciados, que las hacemos engordar, y donde hallan el placer. Nubes doradas parecen tus ojos. Reflejos rosados llenan tu cara. Aunque ritmos de odio asolan tu frente y espasmos de dolor en ocasiones te ahogan vislumbramos detrás los gritos de gloria. Ríos de mansedumbre fjunto a olas de agonías, miedo de algo maldito y atroz. Zumbidos del mal se escuchan tras los ventanales. Rugidos de bogavantes. Esquirlas doradas atraviesan la oscuridad. Todo ha perdido su significado. Nada es realidad. De otro modo el miedo nos sobrecogería.

Capítulo cuarto

Ahora empiezo a darme cuenta de muchas cosas. Algo extraño ocurre en mí, no una transformación sino mas bien un reto, el desafío de emprender un camino desconocido, quizá inexistente, de crearlo. Me gustaría que las teclas que ahora pulso se convirtieran en las cuerdas de una guitarra y que de su monótono traquetear fueran desprendiéndose los sonidos que alberga mi mente. También me gustaría cantar luego las palabras que surgen del continuo hacer y deshacer de mis dedos nerviosos. Para explorar la combinación de la musicalidad de la poesía y de la poesía de la música no hay mas que un camino: Acudir a la música que se expresa así, como el medio mas directo de fusión y confusión de ambas cosas a través de la canción. Y así han surgido canciones populares, blues, rock, canciones de masas o de multitudes. Basta ya de cosas rehechas. Lo único que se aviene a la repetición de una forma irrefutable es la música. ¡Dios! ¡Dame memoria! ¡No quisiera olvidar nunca esas notas.!

¡Tiempo!¡Detente! ¡No me arrebates la dicha de oír esa guitarra! Quisiera escribir poco. Solo las claves suficientes para sentirme después, al releer mis borradores, reconfortado y renovado. Un escritor verdadero nunca ceja en su empeño. Su mejor aliado es el fuego. Para quemar, si acaso, los sinsabores y demonios que no quieren refugiarse en otras presas. Tampoco quisiera derrochar este papel ni este momento en que te dignas a leer y cedo mi palabra a la canción.

Acuden a mi mente los recuerdos de ese concierto memorable de una forma harto borrosa. Fue como un ejercicio lúdico de locura, como una explosión de los sentidos. Se celebraba en pleno campo, a varios kilómetros de la población mas cercana y había que atravesar campos labrados, montes escarpados por senderos inexistentes. Era una somnolienta noche de verano. Los árboles oscuros no se mecían al compás del viento y ninguna brizna de aire se dignaba a suavizar el asfixiante hastío de calor. Sin embargo estábamos contentos, pues, íbamos ligeros de ropa y hablábamos  chistosamente amenizando nuestro aburrimiento con comentarios graciosos y risas estrepitosas.

 La estación del verano nos daba calor pero nos proporcionaba también la ocasión de reírnos, de jugar, de ser libres y de asistir al concierto. Íbamos por un estrecho sendero rodeado de árboles inmensos. Las sombras lo rodeaban todo. El silencio, irrompible, atraía la música del bosque. La sinfonía de las aves nocturnas.

Íbamos bien preparados. La cosa iba a durar varias horas y habíamos traído unas mantas, algunos bocadillos y todo eso que se necesita para extasiarse con la música mirando a las estrellas y para desgañitarse con la marcha. Quizá hubiéramos bebido demasiado, no se. Pero lo mejor era que estábamos juntos de nuevo. Siempre que coincidíamos, y este año se habían incorporado a nuestra pandilla dos o tres buenos elementos. Pero si, algunos de nosotros no estábamos muy normales, a lo que se veía. Nos Íbamos tropezando por el camino y de tanto revolcarnos por el suelo se nos veía tiznados y como en una nebulosa. El humo que desprendían nuestros cigarros especiales hacía florecer la sonrisa en nuestra boca y la felicidad en nuestras mentes.

 La música venía de lejos, de donde venían unas luces, ese era el gran descampado hacia donde se dirigían nuestros pasos. Según nos acercábamos un sonido de algarabía y bullicio venía hacia nosotros, la música iba distinguiéndose cada vez más nítida. Cuando Íbamos llegando vimos que había gente por todas partes, la mayoría muy jóvenes, todos exaltados, bailando, jugando, tirados en la hierba. Avanzamos hasta instalarnos en algún lugar, el escenario estaba situado en lo alto y se le podía ver desde cualquier parte.

SOY UN SIMPLE VISITANTE…

Un resplandor luminoso atraviesa como un rayo la noche. Fuegos de artificio vuelan sobre nuestras cabezas.

La función va a comenzar. Señoras y señores descubran su emoción porque tocan “los Leño”.

Las notas de una guitarra se apoderan de la noche, las nubes tapan de vez en cuando la luna, El aire llevase el sonido por la lejanía. Marylín y yo nos  aferramos al escenario, con las cámaras preparadas, por detrás una muchedumbre salta y se empuja por llegar más y más cerca.

-¡Bésame!.

-¡Pipas, chicles, caramelos!

-¡Globos!

-¡Al bombón helado!

Las canciones nos llevan de viaje por el pasado, nuestros recuerdos se confunden con los tambores, que a la vez empujan nuestro ánimo. Flores. Risas. Cantos. Ritmos. Que pase el tiempo de esta noche maravillosa, cuando emprendo de nuevo el camino, que me lleva a ti, bello universo de incierta grandeza y temerosa osadía. Que pase el tiempo de esta noche agridulce y  vean mis ojos de nuevo el gran Sol. Que nos acompaña desde el fuego de sus entrañas. Y nos transporta a la rara tranquilidad que produce el observar calladamente el paso del tiempo y las nubes de agua errantes que llevan los aires y nos ofrecen su hogar.

Pero ¿Cómo expresar la emoción de la música con palabras? La poesía deviene canción, la canción emoción, y la emoción se transforma a su vez en progreso sensorial y así hasta un infinito inabarcable.

– ¡Eh! Ángel, mira:

Salí de mi sopor filosófico y de mi escondida infancia y abrí los ojos al mayor espectáculo del mundo: El rock and roll conducido por Rosendo.

ON THE ROAD:

La carretera vuela. Mis ojos se cierran al ritmo del motor. Duermo un rato, cansado. Rosendo, a  mi lado, me echa un abrigo por encima y sigue hablando, como si yo en mi dormir pudiera escucharle.          

-”Mira, quiero que me entiendas bien, no es que no me guste Marylín. Pero hay ocasiones en que las mujeres son un estorbo. Sobre todo cuando hay que hacer algo tan delicado como ahora. Todo tiene que salir bien.

La suerte me volvía la espalda. Parecía que el destino abrazaba una y otra vez mis esperanzas pero luego, como si algún pacto hubiera de cumplir al azar, hacía desvanecer como por ensalmo cualquier beneficio, cualquier intento de posesión.

De acuerdo, yo despreciaba las riquezas pero los que me rodeaban no y me pedían, casi me exigían que tuviera, que ganara,  y yo, en fin, si, pero igual se me venia que se me iba. Pero bueno, yo lo seguía intentando y tenía por decidido que aunque cayera una y otra vez seguiría persiguiendo mis objetivos. Pero trataba de no pensar en ello.

 El sol se oscurecía tras una densa nube, el aire mecía mi pelo, la vida me mimaba con su plenitud de sensaciones. En eso recordé una tonadilla y comencé a tararearla. Iban recorriendo los espacios y los caminos mientras sonaban las guitarras. Había una voz que decía:

 Poesía: grácil paloma que transporta el universo de las sensaciones y el mar de los deseos,
poesía: palabra fugaz como la aurora invernal recorres el espacio entero, y ahuyentas el dolor de los humanos. Te enamoras de la música y entre las dos  creáis paisajes de instantes fugaces, que quisiéramos ver siempre repetidos.

Llueve dentro de mi corazón, y es el llanto que lava mis pecados. Negra noche diabólica no quieres perdonar. Influyes en el alma de los hombres y les arrebatas el amor. Fuertes son, sin embargo, los justos. Que no temen los aquelarres de la luna y ansían el amanecer del Sol, aunque se sepan perseguidos, hacen una ofrenda al Dios. Buscan la paz en el espíritu del hombre. Y encuentran el amor en los ojos de  sus semejantes.

Allá todo fue ya como un sueño. Yo me acercaba al  escenario y me ponía a bailar, a distorsionarme y a gritar frenéticamente. Luego me zambullía entre la gente riéndome y me iba hacia las hogueras como un poseso. Todo lo que había ingerido mi cuerpo revoloteaba incansable por todo mi organismo y mezclado con la música me hacía estar en un estado de éxtasis eufórico. Cantaron una canción y otra y otra. Salió un grupo, luego otro y otro. Parecía real, como si hubiéramos ido a parar a un mundo diferente, más cálido y más humano.

  La verdad es que no podría decir como acabó todo. La “muchedumbre” no se dispersó hasta bien avanzado el día siguiente. La mayoría cayó dormida o desmayada y nadie quería irse de aquél lugar. Me encontré a dos de los míos y nos fuimos andando despacito y cantando con nuestra resacosa voz canciones que despertaran los sueños de los árboles

Epílogo

El mar de la envidia se aleja del horizonte de mi corazón. Desechos escondidos entre nubes oscuras. Y un brillo de oro que desencadena terremotos. La codicia me tienta, la poesía me invita.

El mar de tus ojos verdes me llama y me dice cuantas veces escondida me amó. El mar del cieno   entre los pies, la ruta del calcio por el cuerpo, o de la roja sangre que recorre nuestro ser. Tan sencillo, natural y claro. La aurora roja boreal llama a los demás colores y los avisa entre los  matorrales empujándoles de su desidia. La luna refina el frío de la noche y atrae las visiones de los hombres, emocionada y sensual.

La noche que avanza inapelable y nos dice: “Cerrar los ojos y soñad la belleza del amor, que un nuevo despertar lleno de promesas llamará a vuestra ventana.”

Fin

Por Taifasa

Arturo Martín Neira está construyendo ésta página web para dar a conocer la obra literaria de su Madre. María Elena Neira, ya fallecida en el año 1989. Sin ánimo de lucro pero sí de resultados. Ya de momento ha sido suficiente para espolear mi afición de escribir y presentarles a ustedes los relatos de mi juventud. En esa sintonía esperamos agrupar por el interés literario a otras aventureras de la palabra.

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