Retazos

De un ilusionado ambulante

UNO

Marzo, 1978

Cuando hacían dos semanas de mi regreso a Madrid vagabundeaba por los milenarios árboles del Retiro, paseando despacio en la oscuridad de los caminos sombreados por las ramas de los frondosos castaños. Iba acompañado de un antiguo amigo e intentábamos refugiarnos en ese sorprendente oasis de tranquilidad, lejos del desierto urbano lleno de idas y venidas, de prisas, de vértigos y vaivenes. De tan ajetreada ciudad.

Reflexionaba yo entonces sobre la impresión que había estado experimentando por mis sensaciones en ésta nueva etapa de mi vida en mi ciudad natal.

Desde el principio, a mi llegada, había notado una trémula y satisfactoria sensación de viajero, de nacimiento, de comienzo.

La inquietud de empezar algo mío, algo tan importante como mi “vida” se había estado apoderando de mí. Sugestiva primero, impacientemente después. Parecía que de una vez por todas mi camino se iba a iniciar con todas las consecuencias.

Pensándolo nuevamente me daba cuenta que dicho camino había ido iniciado por mí hace años pero nunca sentí con tanta intensidad la necesidad de autentificar y totalizar hasta tal punto mis actividades y mis emociones. Me daba la impresión que las etapas anteriores, difíciles y alegres, eran como un voltear constante intentando agarrar esferas que volaban a mi alrededor, eran como tomas de contacto con mundos que unas veces me acariciaban y otras veces me rechazaban, como aprendizajes necesarios en la preparación de una especie de acontecimiento.

Las experiencias de aquellos días me habían dado la clave de todo aquello. Como si mi mundo de amistades, amoríos y sueños de antaño hubieran fenecido lenta pero irremisiblemente ante mis ojos.

Sentía un impulso fortísimo de volar sobre todo lo que antes habían sido atavismos, sobre lo que antes habían sido pasiones.

Contemplaba con sorpresa mas con un fuerte deseo de comprender como la incomunicación con mis antiguos amigos, de mis ocupaciones anteriores y demás dejaban a mi alrededor un gran hueco vacío,.todo lo que vivía me agarraba al mismo lugar.¡Comenzar algo nuevo! ¡Empezar otra vez! Todo lo que me apasionaba quería entregarse a mí de forma distinta, me pedía una fiesta de entrega mutua, de abandono, de viaje y aventura. Cuando escuchaba música, cuando leía, cuando conversaba siempre la misma voz en mi interior arrancándome del suelo. Llevándome, invitándome: ¡A ello!

Ese fue seguramente el cúmulo principal de sentimientos que provocaron la firme decisión de erradicar de mi vida los problemas o el ambiente familiar. Esa fue la raíz de todas las sensaciones que me llevaron a alquilar una casa. Antes de hacerlo pensaba y soñaba constante con realizarlo. Mis primeros intentos en los días en que mi llegada era reciente se veían siempre frenados por la indecisión y la abulia. Una indecisión conocida por mí y que me acompañaba con frecuencia. Motivada de hecho por algún temor interior. Más tarde, unos días solamente más tarde, incitado continuamente por mis sensaciones hallé el centro de los miedos que me impedían actuar. Estaban en referencia a la autoridad o autorización paterna..

Observé que ello no era solamente algo que ocurría ahora sino que ya había ocurrido en varias ocasiones cruciales antaño y algunas veces había renunciado a mis deseos eludiendo la posibilidad de enfrentamiento radical. Al tomar conciencia de este hecho se me abrieron las puertas para moverme.

Había ante todo una cosa que solventar, sin haberla resuelto mis intentos serían baldíos. En el caso de que fueren efectivos resultarían superficiales e inseguros ya que el temor me acompañaría continuamente y me impediría disfrutar de todos esos detalles que componen el sabor de la aventura. Me hallaba ante la necesidad de decidirme a cortar de raíz cualquier intento de llevarme por un camino prefijado. De impedirme movimientos.

Fue una resolución difícil pero era tan clara su necesidad y sin posibilidad ni deseo de echarme para atrás decidí, por fin, con todos lo riesgos asumidos afrontar tal alternativa. Eso me ofreció la decisión de que adolecía, no suprimió los miedos pero los localizó perfectamente y de esa forma los condenó a la superficialidad y al olvido. Esperando los irremediables y urgentes, y ahora también deseados, sucesos venideros. Esperando esperar lo desagradable del supuesto caso ya no tenía porqué dilatar más el momento para empezar a construirme (en sentido figurado) la vivienda que me albergaría durante mis próximos años.

De éstos días de mi vida concluí la importancia que tiene en cualquier ciudad al menos tener una casa, un rincón donde estar. Cierto que es un factor importantísimo de aquello que compone la vida cotidiana y habitual de los seres humanos. Cierto que las casas aquí, en barrios accesibles, son como estrechas jaulas donde cuidar la soledad de los ciudadanos, donde consolar sus heridas siempre maltrechas, pero la sensación que se experimenta al derribar una barrera en el camino hacia la soñada independencia, intensamente placentera, no puede dejar de tener importancia en la vida de una persona.

Más aún cuando la barrera que se derriba es la que representa la autoridad y la protección familiar. Esa es una barrera, una losa, de la que soñamos desprendernos desde que somos adolescentes, o antes y siempre, desde entonces, esperando diluirnos, ansiando las condiciones materiales, la edad suficiente o un sinfín de pequeñeces. “La independencia”. Palabra maravillosa porque sugiere el camino hacia la liberación, hacia el placer, hacia nosotros mismos.

En esa época me ayudó sensiblemente la acumulación de una pequeña suma de dinero que me proporcionaba asimismo el justo apoyo material para iniciar aquella empresa. Ante el futuro lo pasaría ajustadillo y comenzaría a mal vivir (o a mal sobrevivir, para expresarme con certeza), pero el futuro era algo que había que eliminar, que había que comenzar a anular en aras del momento, tan difícil de alcanzar.

En esos días comenzaron los rollos de mi cabeza, míos, a tomar forma, cada vez más definida, más coherente. Mis rollos intelectivos adquirían variedad y riqueza a la vez que adquirían intimidad, se hacían más personales Proliferaban por uno y otro lado mis escritos, lecturas, ambiciones. La satisfacción de realizar. Comencé a disfrutar cada vez más con estos quehaceres convertido, ahora más que nunca, en una satisfacción intensa de mi curiosidad. Aprender y aprender. La raíz de mis inquietudes era, por fin, mi curiosidad, y menos separados que nunca de mi forma y mis deseos de vivir estaban los libros, las palabras, los escritos. Formaba todo un conjunto imparable,sin freno, apasionado. A su lado estaba la pintura. El descubrimiento. Cuadros, formas, colores: visiones. La imaginación consolidaba figuras, rostros. Los ojos aprendían a disfrutar. Sentí el mismo placer al contemplar lo cuadros como cuando miraba el Sol o una montaña. Sentí mi cerebro producir imágenes a la vez que las percibía, múltiples rollos relacionados me asaltaban. Concedí importancia a las melodías que anidaba mi mente. En los paseos solitarios o en casa me gustaba sobremanera enrollarme con los sonidos. Canciones libres. sin normas. Solo las que dictaba enteramente mi interioridad. Aprendía la música como un lenguaje de sensación. En el centro de todo ello estaba mi cuerpo, receptor de un variado mundo interior. Todo se juntaba y parecía lanzarse hacia algún lugar, en un incesante anhelo de totalidad. Abarcar mundos distintos. Vivir los más recónditos y escondidos parajes de mi ser. Todo se estaba aclarando determinantemente. No podía volverme atrás. Ni quería.

DOS

”Bastará.”Con decisión y tiempo. Y yo… ¿Qué deseo? ¿Hasta cuándo oculto, en la oscuridad tenebrosa del silencio? En la quietud. Mas sin hablarme claramente se muestra amenazante y marchita. Porque no se si solo es verdad el sueño. Tan distinto de la vida que no se dónde es verdad lo que siento. Siempre en sueños puedo serlo todo de una vez. Sin trabas ni separaciones ni miedos.

Puedo ser yo en un intento verdadero por vivir, sentir y amar, aquello que soy capaz de intuir.

“Proposición de fe, de futuro, de vacío” “Lo haré porque aún creo en ello” Porque parece posible. Y yo amarrado a un barco. El cual no se divisa desde la playa. Amarrado a un mar que no da vueltas, que no se mueve. Estancado conmigo y mis amarras.

Refugio de vagabundos luminosos, ayudados por el polvo del camino, a cuestas con sus sencillas y bonitas ropas, cargadas de sexo y pasión. Pasión enfurecida en el camino, por esas frentes y por esos labios enternecidos de búsqueda incesante, sin amargura. A cuestas, sin intrincadas razones de perversidad, porque lo están deseando.

En este estado de semivigilia en el que me acosa el sueño abro mis puertas totalmente. ¡Fijaros si podéis entenderme! ¡Fíjate tu! Sobre todos, porque a ti concierne el cúmulo de emociones que me embargan y quiero expresar.

Techos claros convertidos en azulejos verdes, negros y blancos; por el azar estoy tendido en mi cama mirando fijamente hacia arriba cuando veo tu casa, pequeña y acogedora, refugio otrora de tantos días, de tantos placeres y tantos miedos también. Tu casa ahora prohibida. Más prohibida que nunca por ti. No acierto a comprender tu actuación ni tus motivos pero sí creo intuir que tratas de seguir siendo tu misma avanzando entre dos mundos. Los dos al unísono ficticios y reales en que te debates. Por eso pienso que yo pertenezco al mundo que ahora niegas y soy también negado.

Respeto tus movimientos y tu vida pero me quedo para mí con todo el inmenso bagaje de mis sentimientos y deseos. Tanto tiempo acariciados y mimados. Y en definitiva todo bien. El proceso ha sido más enrevesado, ha estado variando continuamente. Mi yo se ha rebelado. Más cuando se ha observado con más claridad y ha comprendido y ha entendido. El amor no es una abstracción, ni una mentira. El amor es un “intento” entre dos personas en principio, pero también tiene un sentido intenso por sí mismo, cuando es simplemente amor. Deseo profundo de entregar y ofrecer.

Cuando no se pide ni se quiere nada porque no se precisa, o no urge, o no se desea, o porque el deseo de dar profundamente prevalece. Pero tampoco ha sido eso lo que ha ocurrido. La precedente teoría que asumo y hago mía requiere para ser total circunstancias que ahora mismo no existen pero también es verdad que esas circunstancias anidan en mi pensamiento como un gran ideal, una meta importante que yo busco.

No renuncio a amarte. No renuncio a tener la sensación de quererte. Y para no perder esa sensación he superado el egoísmo de pedirte una respuesta. Una supuesta y extraña justicia. No me limitas. Crezco ante ti.

TRES

El paisaje irreconocible de la gran ciudad. Querida no por sí misma sino por razones sentimentales; ese sentimentalismo provocado por el recuerdo de lo plenamente vivido. No rechazado. Pero ciudad por querida tan enervante como fea. Tan asfixiante como agobiante. Por eso pienso en como podría transformarla. Vivir en ella para luchar por ella. (Siempre se corre el peligro de mitificar la fealdad en función de supuestas e intrincadas luchas.) Pero sin calificativos ni juicios: la ciudad donde me ha tocado vivir. Las alternativa son claras: Huir o vivirla para transformarla. Quizá las dos cosas a un tiempo. Sin prisa para aprovechar la oportunidad de este mismo instante, lleno de posibles latentes. Ríete, mas no pienses en ello porque es inútil. Mírame a los ojos y trata de entenderlo. Entonces pídeme que te lo explique. Lo haré.

1997. Abriendo de nuevo las ventana pienso que el frío que antes percibía se va haciendo más y más tenue. La cierro. Doy una y otra vuelta. Estoy inquieto. Decido irme a lavar; después de chapotearme la cara con el agua gélida de diciembre vuelvo a abrir la ventana y pienso que ya las podía dejar abiertas. Me siento. Repito sin más la historia. La historia cotidiana de mis madrugones. No son madrugones forzosos. No tengo que estar a ninguna hora expresa en ningún sitio especial. Si ahora me ducho todas las mañanas con agua fría. Si antes de eso me demuestro mi vitalidad realizando ejercicios gimnásticos, no es solo para encontrarme mejor, ni tampoco su primordial razón es la higiene o la salud. Es el recurso que dispongo para evitar la apatía y la abulia. Es el mantenimiento a toda costa de mi entereza. Y mi artificio personal constantemente amenazado por mí mismo

Por la miseria incipiente que sin lugar a dudas me atenazaría si me entregara en brazos de la dejadez o de la desisia, del abandono masoquista a las circunstancias. La accesis y el estudio han sido dos de mis mejores armas para enfrentarme a dichas situaciones. Es el principio de un recorrido que me interesa sin que por eso deje de asustarme. Antes no tenía opción para entregarme, lo que yo deseaba realmente era eso: entregarme. Parecía que otros siempre lo evitaban. Si me tenía que levantar pronto y yo no quería, me levantaban. Si no quería hacer esto o lo otro siempre algo o alguien se ocupaba de que no me acogiera a los hermosos aunque denostados brazos de la apatía. Mi rebelión consistía en el intento de evadirme de los sacros deberes que fuerzas ajenas a mi me habían impuesto. Esto ha sido así desde mi más tierna infancia hasta mi más avanzada juventud.

Ahora, llevado inconscientemente por estos pensamientos, en comparación entre éstas y otras cosas referidas tanto a mi vida anterior como a la actualidad del día, vienen a mi mente casi sin querer las contradicciones en que estoy sumido. Siempre mis pasos hacia la liberación fueron acompañados del descubrimiento de que había coacciones que yo imaginaba que nunca hubieran podido afectarme.

Ante estadios más avanzados las coacciones son, incluso si se pudiese aplicar a cosa tan molesta este calificativo, más brillantes. Quizá más dentro de mi mismo a la vez que más amplias. Con los mismos problemas que a los catorce años he conseguido transferir las responsabilidades. Cuando entonces me culpaba hoy son los mecanismos sociales que se han dispuesto en contra mía. Mis internalizaciones de dichos mecanismos por un lado y los efectos que tienen sobre todos los pobladores los presupuestos económicos e institucionales por el otro. Constituyen, mis argumentos preferidos como justificación. Y aunque no justifique mi libertad me pide que luche por mi independencia.

Es como una vieja historia. La historia de todos es la coincidencia fugaz y fugitiva en una determinada persona. Como la casualidad que junta varios fenómenos antes dispersos y los compone todos en una situación, que no por poderosa resulta menos efímera que las demás. Por eso decía que era la historia de todos. Los mismos factores mezclados de distinta forma. La historia de la alienación.

Pero a pesar de este preludio permítanme seguir a mi aire. No se me obligue, atendiendo a lo anterior a que cuente alguna historia o que desarrolle formalmente todo lo que vaya proponiendo. La facultad totalizadora de la percepción es una facultad constante. Mas sin embargo inconsciente. Al traspasar el umbral en “el momento” encuentro sugerentes opciones nuevas. Observaciones. Luego pienso en porqué razón habremos de depender de los demás. Porqué razón no nos conocemos entre nosotros. Pienso que vivimos como si quisiéramos matarnos poco a poco. Y según voy avanzando me voy diciendo verdades, o cosas que antes no me decía,

CUATRO

Esta tarde he salido presuroso nada más terminar de comer. Ansiaba hallarme de nuevo en mi recién estrenada casa. El gran salón mundial de mi estrenada vida. Caminando por la calles pensaba en que realmente no me apetecía recibir a unos amigos con lo que me había citado. El caso es que me molaba un montón irme luego con ellos a ver al grupo “guadalquivir” y tenía interés en tratar con ellos un asunto que M. y yo teníamos hablado, referido sobre formar un grupo cohesionado en un proyecto de acción vital, un grupo musical que abarcara otros terrenos, como palanca motora de nuestras inquietudes, como pradera por la cual lanzarse en pos de ideas y deseos.

Por otra parte el rollo de estos colegas míos está bastante determinado por su común relación en la que se constituye como factor principalísimo el hecho de absorberse mutuamente en una relación de pareja. Lo que conlleva consecuentemente admitir en sus vidas el patrón de límites que supone la familia clásica. Esto hace que nuestros pasos sean divergentes, su inevitable planteamiento materialista Quizá sea yo quien ponga límites envidiando secretamente su felicidad.

Tras intentar tomarme un te llegaron mis amigos. Los cuales respondieron a mi rollo reposado, ambicioso y viajero, con la fuerza bruta de sus impulsos naturales, gritos chistes e incoherencias, como leones enjaulados que recobran súbitamente su selva y su libertad. Lo incómodo de la situación era que mi flamante apartamento no era precisamente una selva. Fuera, mis vecinos estarían escuchando, aún sin querer, la bronca que teníamos liada y acudía la parte desconfiada de mi mente a cubrir de nubes oscuras mis bellas intenciones: Ya sabéis, independencia absoluta como resguardo y aval de mi intimidad. No hubiera importado el riesgo si hubiera entendido yo que mis amigos se merecían lo suficiente como para perder tres casas, si fuese necesario. Yo quería que ese temor diera paso a su alegre liberación. Era preciso transformar lo esencial y reconducir la situación. De tal manera que llegara a la disyuntiva entre rechazar el miedo o dejarme llevar por él. Era un salto demasiado grande. Pasar súbitamente de la incomodidad a la despreocupación. Entonces me planteaba una especie de activismo en relación con las realidades oprimentes. Intentando transformar situaciones normales a través del humor y la diversión.

Todo resultó más difícil después. Todo se complicaba y todo se iba posponiendo, todo se hallaba tan enrevesado que no quería yo que ese fuera el principio de todo. Realmente el principio aún no lo había intuido siquiera. Y mis sueños recónditos no se habían desvelado. El presente que intentaba vivir: jugando, estaba unido de continuo a un pasado desolador colectivo que en todos los momentos se me aparecía, como un duende temido y odiado. Mis recuerdos y los de los demás. Quien sabe si entonces los mismos abarcaban tanto espacio en nuestras vidas que disecaban, aún inconscientemente, cualquier aproximación sensitiva

Vivía entonces en un mundo contradictorio, repelente y desgraciado y solo sabía con certeza una cosa: que ese mundo no era mío. Habitaba un mundo conformado por los ritos ciudadanos. Entre el hecho real de mi obligación de soportarlos y el intento de superarlos develando sus raíces transcurrieron años, donde se alternaban raptos de desesperación o de excitación con raptos de alegría, raptos de desconsuelo con raptos de optimismo. Intensa soledad mezclada con momentos de amor. Mis ojos fueron dos acechanzas de las radiantes esferas, fueron buscadores y enternecidos sedentarios. Mis ojos lloraron tras andanzas tenebrosas, y luego sonrieron y amaron, y fueron dueños.

Necesitaba sentirme vivo. Siempre. Fuera como fuera. Escribía para reconocerme. Pues necesitaba saber quién soy. Quería jugar con mis propias palabras y recuperar un lenguaje olvidado. Siento mi vida, también en su desvíos y extrañezas, Los ancianos observan su existencia como una escalera que baja y baja hasta llegar a la tragedia final, y esperemos que al final de la tragedia también. Pero solo los que han llegado al final no se paran a retozar en los peldaños. Solo concediendo toda la importancia posible a mi realidad interior puedo disfrutar con entera plenitud. Ese tiempo pasado y esa cantidad de trampas que tenemos que eludir constantemente. Cuando acepto todas las consecuencias y recuerdos de mi “tiempo pasado me encuentro con el presente. Y en el presente, intensamente comprendido se dan cita todas las coincidencias, todas las miradas, todas las evasiones, ya no existe diferenciación tangible entre el recuerdo y el proyecto. No hay tiempo para la nostalgia. No hay tiempo para el deseo de lo no real. No hay tiempo, en el presente, para que asciendan las bocanadas de angustia. Ahí se diluyen las imposiciones temporales, se esfuma el poderío de los relojes.

CINCO

Detrás de un paisaje, detrás de aquella luna que observamos podemos hallar la negrura, la oscuridad que andamos buscando. Pensamos que allí podríamos encontrarnos, o al menos buscarnos. Rodeados de vacío experimentaremos una perfecta y pacífica soledad. Allí no tendrá sentido alguno falsear nada de nosotros mismos. Pero nos hallamos frente a la luz de la luna, que como si nos observara nos cuida y estamos nosotros, tu y yo y los demás. ¿Porqué no intentarlo?

Para ello debía luchar en mi contra, habría de esgrimir con todas esas facetas casi teatrales con que descubrí que yo actuaba en mis relaciones con el mundo, con el otro mundo, el que yo vivía fuera de mí. Para mí esa cubierta que a nuestro ser magnífico, de sutiles cualidades afectivas e intuitivas vestimos para actuar en el mundo, debía ser algo al margen por su falsedad, aunque parezca que nos convenga. Podríamos intentar su buena dirección al menos, su evolución. Lo que es un entretenido juego participar como cómplice o comparsa en este asunto de la personalidad.

La vida alcanza su máximo nivel de belleza cuando la vivimos poética y líricamente. Para llegar a ese tipo de belleza es preciso recorrer una travesía desconocida. Para llegar habré de recobrarme entero y volver a aprender la poesía de mi internidad. Habré de llegar a una consciencia tal que me acerque el momento que me devuelve intacto. Esa belleza la encuentro ahora en algunos momentos de soledad. Al encontrarme con mi cuerpo, la sensación de placer que me transmite, hallo un punto de partida hacia mi más profunda interiorización. No es necesario precisar que nuestra reacción a las influencias exteriores nos afectan decisivamente también, al igual que la motivación interior y las sensaciones. Y para llegar al estado de bienestar ideal, el cual meramente es un punto incipiente aunque clave para nuestro aprendizaje. necesitamos conectar con la belleza que hay y que hubo.

Aquél día iba solo, por un camino oscuro que rodeaba el pueblo en que vivía, apenas empecé a percibir la atmósfera que me rodeaba me di cuenta que nada tenía del tétrico aspecto con que lo imaginaba al principio. Y pensaba en que ahora, ya, basta, la superación del dolor ha de ser el medio por el que alcanzar lo que quiero. Es necesario comprender ese tiempo pasado, librarlo de su negatividad y aceptarlo como experiencia de sabiduría. Que queda entonces a nuestra disposición. Ya no es necesario conformarse, la comprensión y asimilación de lo sucedido nos conduce a un estado de paz. Bastante a menudo intento que mi imaginación corra y corra sobre el papel igual que lo hace cuando me tiendo en la cama o cuando me refugio en mis pensamientos o en fantasías. Pero con la misma frecuencia con que lo intento siento un no se qué de desilusión por no conseguirlo. ¡Que lento es escribir! ¡Que difícil a veces transformar las sensaciones en algo legible. ¿Es exacto eso de que pensamos siempre en imágenes? El lenguaje es una elaboración secundaria de la primera idea. Las emociones parten de esa primera idea y podrían expresarse a través de nuestra transformadora explosión de subjetividad.

Puedo sentarme apaciblemente en una silla, o el el suelo y dejar que mis pensamientos fluyan libremente. Puedo tratar de no pensar en lo que hay fuera de mí. Y en cambio atravesar y retener todos los momentos que pasan por mi. El recuerdo de todo lo que me preocupa: Dejarlo correr… hasta comprenderlo. Entonces lo superaré, al menos andaré en el camino acertado.

Puedo dejarme llevar por todos mis impulsos y todos mis estados de ánimo. Una forma de vivir. Una sensación de estar, Una sensación de no depender de nada. Hoy también me ha costado trabajo la vida, sabes, le ha costado trabajo a la vida, porque iba yo muy bien, muy animado y muy seguro de mí mismo pero poco a poco he ido frustrándome al ver lo deprimente del ambiente. Se trata de algo que no depende de tí conseguir. Algo que no te pueden dar nada más que los demás. Y con toda la buena intención del mundo te mueves y vas a buscarlo. Al final no encuentras otra cosa que gente desperdigada por ahí. No la has visto feliz, divertirse ni decir nada, con el amor escondido y castigado, Ves que la gente está mal y eso te está cortando a ti también, aunque tu tengas muchas ganas de que todo sea magnífico. Eso es lo que me ha pasado a mí hoy me ha vencido el mundo y por eso me encuentro más apagado. Por otro lado tuvo su belleza, he comprendido que he de recurrir a mí mismo, en mi interior, para encontrar lo que busco.

Eso quiere decir que no pido nada a nadie. Al ir en pos de mi riqueza interior los otros están en el mundo para ser libres y felices y recorrer su propio sendero y yo me entregaré a la gente para sentirme vivo. Según voy escribiendo me siento mejor, basta un rato conmigo mismo para hallarme, percibir mis sensaciones y estar a gusto. Me basta estar así un rato, de cualquier forma, sin querer ni desear nada especial. Y averiguar lo que realmente quiero. Saber qué es lo que me procura un bienestar y así conocerme plenamente en cualquier momento dado en aras a conseguir vivir de la forma que deseo.

Según esto puedo deducir una fórmula para conseguir estar bien. Dado que es muy frecuente engañarnos a nosotros mismos con los deseos que tenemos siendo la mayor parte de las veces impostores, ¿Acaso es digno de nuestro ser los rutinarios deseos de hacer de la vida un aburrimiento generalizado? Recluidos en nuestra guarida nos refugiamos del temor. Nos dicen que hay que conformarse con la vida que a cada uno le han dado. La que se tiene al alcance de la mano, pero se ha descubierto que ese es un proceso de limitación, un falseamiento del ser que lleva a las personas a olvidarse de quiénes son en verdad. Una transformación que cada una se hace a sí misma. Mas una realidad tan reñida con la alegría provocará nuestras defensas, que no son más que defensas. Y cuando las desecho ¿Que me queda? ¿Como transformar la realidad para que nos conduzca a un estado de enteridad.? De plenitud.

Me apremia el momento. Saber que me levantaré de madrugada para dedicarme a tareas mecánicas en las que no puedo interesarme. Siento que necesito esos minutos, esas horas, esos días.

Entre la condenación de los deseos impostores y la transformación de la realidad indeseable ninguna de ellas me vale para escapar de la encrucijada en que estoy. He de saber qué es aquello que me corta la espontaneidad del dejarse llevar.

Ahora cuando creía que mi alma se había perdido, la descubrí de nuevo. Arriconadita la pobre habían caído encima de ella montones de pensamientos absurdos y extraños, los cuales solo daban fe de apariencias desdichadas manchadas de sangre y marcadas por el odio.

No seguiré ahora. Dejo a un lado mi preciosa calma por un rato y abusando del tiempo infinito me entretendré con el mundo que me rodea. Y pido al rey del amor que me acompañe en mis andanzas.

Los espesos nubarrones se trocan rosas a la hora del crepúsculo. El sol logra atravesar escasos resquicios por amor de su trayectoria. Mi ojos se tropiezan con sus rayos en un leve segundo e impregnándose de su poder se disponen a iluminar la noche, ojos que serán mansos luego al contemplar la luna. Pero ahora la inteligencia solar llena mis células de vitalidad. Y comienzo a expandirme desde un centro ignoto, rodeando al tiempo y sus obras, el cual estremecido de terror me susurra clemencia y misericordia.

Me quedo rezagado de mis propios pasos y me siento a contemplar el devenir vivo del tiempo. Dentro de mi el tiempo recopila sus obras. Mis ojos abruman la oscuridad de la noche y observan el bullir de los insectos. Dentro de mí el tiempo quiere marcharse aún sabiendo que así se aniquilaría a sí mismo. Los secos matojos se agitan con el viento y el agua, que golpean mi casa una y otra vez. Pero dentro la calma más profunda permite ser libre, saber como y donde se está y donde y como se quiere estar.

_¿No querías marcharte? _Le pregunto al tiempo._ ¡Esta es tu oportunidad!

_ ¡No podrás vivir sin mí! ¡Le pediré a tu calma que se aleje y ella parará el reloj. Yo me quedaré congelado pero no desapareceré!

_ ¿Dónde irás tiempo? ¿A que pobre incauto te aferrarás ahora para que te adore por unas cuantas mentiras?

_ No sigas. Eso no ocurrirá. Ni aunque te trajeras toda la calma del espacio sideral podrías echarme de tu mente, no lo conseguirás.

Y allí quedó mi conversación con el tiempo. El cual todo arrebatado y alerta pensaba en que había supuesto que mi fin sería su muerte y solo con ella aceptaría marcharse. Según la calma se iba expandiendo el tiempo iba comprimiéndose. Puedo ahora narrarles todas las hazañas que me llevaron a rescatar mi calma. ¡Cuántos siglos aprisionada y reprimida! Aparecía entonces ante mi como un botiquín de primeros auxilios. Yo mismo la vejaba y despreciaba cada vez que podía. No sería exagerar que fui su más acérrimo enemigo. ¿Para que diantres quería yo la calma? Una cosa tan quieta, tan sobreentendida, algo que parecía no existir siquiera. Toda mi imaginación se entregaba a la causa de destruirla. No era óbice para que yo al destruir mi calma creyera que estaba destruýéndome a mí mismo.

El fantasma del deterioro se apoderaba de mí. Por un lado me decía yo que para dos días que me quedaban para vivir no los aprovechaba en degustar el mundo. Del cual se me iba a retraer tras mi muerte. Por otro lado me decía: Te estás gastando y consumiendo sin remedio sin que haya nada que pueda sustituirtelo. Dicho fantasma podría parecer muy real cuando me hacía ver mi vida como un tapiz que se deshilvana más o menos rápido según el gasto de vida que yo hacía-. Entiéndase como se quiera eso del gasto de vida pero ese extraño concepto hacía de alguna manera que nos sintiéramos condenados irremediablemente a quedarnos un día sin ella.

¿Qué es una conciencia? Una conciencia es como una nube, el vapor de la vida tiñe el agua del pensamiento, Y se hacen y deshacen al azar del viento en incontables combinaciones. Una conciencia es saber que se es. Cuando el individuo agotado se para a reposar aparece una conciencia oculta que no le deja descansar. Una conciencia no deseada pero mantenida a salvo en su escondite y que aparece cuando las defensas se rinden agotadas. Hoy el individuo se decide a enfrentarla de una vez para siempre y dejar de sentirse perseguido por algo. Al haber negado el aire y ocultado esa conciencia algo pútrido se desprendió de ella. Cual un gas que se libera de su válvula de contención. La conciencia necesita del aire, del ritmo, de la variación, ya que ella anhela esa armonía que cualquier combinación afortunada le ofrece, dentro de las posibilidades inmensas que la atmósfera mental le proporciona.

Y aquí doy por finalizada mi conversación, quizá sus sugerencias me ayuden a desbrozar el camino y transitar hacia más elevadas cumbres.

FIN

Por Taifasa

Página literaria. Página web dirigida por Arturo Martín Neira. Cuyos objetivos son la publicación y difusión de literatura inédita. Actualmente se están publicando: Obras teatrales de María Elena Neira, (Segovia 1914-Madrid 1998) Cuentos y relatos de Arturo Martín Neira. (Madrid 1955)

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *