Misión en la noche

 

 

Uno

Uno

Hace algunos meses andaba yo vagabundeando por este Madrid, tan inhóspito, del anochecer. Entre esas inacabables callejuelas que conforman el inefable y conocido paisaje urbano. Había decidido, como suelo hacer de cuando en cuando, sacar de paseo mis penas y mis variadas y vulgares desventuras, (depresiones económicas, sentimentales, etc..) Por ver si con el aire fresco tendían a desaparecer, o al menos se transformaran en otras diferentes y si acaso más entretenidas. Para estos honrados fines paraba en algunas tascas con que tropezaba y de cuyo interior salía un cálido aroma de humo, voces y alcohol. Repostaba mis fuerzas ayudado de ese tintorro común que alegra y hace olvidar, en verdad, los disgustos más dispares. En eso, cuando ya se me estaba alterando el ánimo, después de muchos lances internos en los que diversas emociones luchaban entre sí por imponerse, tuve un encuentro de lo más feliz, aunque también, justo es reconocerlo, de lo más extraño.

Al entrar en un bar un hombre de aspecto desastrado y con la cara excesivamente descompuesta me increpó, pidiéndome que le ayudara en un asunto de sumo secreto del cual dependía la salud y quizás la vida de unos compañeros suyos y de él mismo. Tenía que hacer algo para evitarlo pero su estado (supuse yo que aludía probablemente a su consumada borrachera) no le daba la entereza necesaria para hacerlo… Ante esto y tomando rápido la iniciativa le rogué que se tranquilizara, primero, que no hablara a gritos, después, y le propuse que nos sentáramos en una mesa apartada que había en la taberna para que pudiera explicármelo más despacio. Me cogió compulsivo el brazo y me llevó a la mesa que le indiqué. ¿Quiere tomar algo? Pregunté. -Sí, una cerveza, gracias. Le dí dos buenos gritos al camarero pidiendo dos de ellas. A continuación preguntéle por ese asunto de que hablaba pero él enmudeció completamente sin abrir la boca para nada excepto para beber su cerveza, y eso a pesar de mis constantes requerimientos.

Esto no fue óbice para que yo pidiera más bebida que consumir veloces, ni para que me pusiera a pensar sobre el extraño personaje que tenía enfrente. Se le podrían echar treinta o cuarenta años, lo mismo parecía un joven que un viejo, alternativas según donde se posaran sus negros ojos, alardeando de una mirada fija y perdida. Su frente expresaba preocupación, noble y profunda. Tenía todo el pelo revuelto, como si acabase de salir de una pesadilla. Podía ser posible que lo que me dijera antes fuera una simple argucia para atraer mi interés y hacerle compañía, en el fondo sería lo más lógico, lo corriente… Y cuando le estaba dando vueltas a esa posibilidad como si oyera mis pensamientos sacó del bolsillo un papel arrugado y medio amarillento y me lo ofreció diciendo: ¡Lea! Lo cogí y pude leer: Dirigirse a la calle Alcántara, 14, 3º A. El resto del folio estaba en blanco, bueno lo adornaban algunos dibujitos en colores con representaciones extrañas. Le miré, yo no salía de mi asombro, ¿Y bien?. Sus ojos estaban fijos en mí y algo me llamó en ellos la atención, nunca había visto ojos semejantes, me perforaban y parecía que no a mí, sino que estaban mirando un verdadero fantasma. Su cara se puso roja, inmensa, y su cabeza cayó a la mesa dándose un fuerte golpe con ella. Eso ya era demasiado para mí en una sola noche. Respiré hondo y me dispuse a averiguar lo que pudiera de ese tío que estaba ahí tirado al menos hasta que lograra tranquilizarme o mejor me iría ahora mismo de allí, corriendo. Tomé el pulso del hombre aquél y comprobé que no adolecía más que de un desmayo sin duda ocasionado por los vapores etílicos o alguna causa semejante y recordando la dirección que ponía en el papel decidí llevármelo para allá. Un chaval me ayudó a sacarlo de la taberna hasta un taxi que paré y nos dirigimos a la calle Alcántara. No tenía ni idea de dónde pudiera estar esa calle pero al parecer el taxista la conocía perfectamente pues se dirigió hacia ella muy obediente y silencioso. A mí no me quedaban sino algunos duros, registré los bolsillos de mi inconsciente compañía porque de alguna manera tendría que deshacerme del taxista cuando llegáramos a nuestro destino. Me encontré un billete de cien muy arrugado entre los bolsillos de su chaqueta y algo de calderilla. ¡Estaba salvado!

Cuando llegamos allí salí del taxi y llevé a mi hombre a rastras hasta el piso que señalaba el papel. No exento de temor aporreé el timbre durante algunos segundos. Un estruendo de pasos sobre un piso de madera precedieron al ruido de un cerrojo y una puerta que se abría. Un individuo joven y con la cara muy ruda me abrió, me miró interrogativo y casi al unísono se percató del individuo que yo llevaba a cuestas. -¡Chewi! ¿Qué le ha pasado? -Me preguntó-.

-¡Se desmayó de repente.! -Le dije-.

Su cara expresaba una gran consternación. Entramos a la casa y ponemos el pesado cuerpo de Chewi en un amplio sofá de color violeta que ocupaba un lateral de una espaciosa habitación.

-¡Dios mío! ¡Cómo se ha puesto de borracho! ¡Y precisamente hoy! ¡Qué mala casualidad! ¡Gracias por haberlo traído aquí. Señor, quizá no sea demasiado tarde.! -Dijo mirando inquieto su reloj.-

-¡Me llamo Paris, señor, le acababa de conocer, llevábamos un rato juntos cuando perdió el conocimiento y apenas si me había dicho como se llamaba en tan poco tiempo. Me enseñó esta dirección como previniendo lo que iba a ocurrir y pensé que aquí podrían prestarle ayuda.!

Me miró largamente y se puso a pasear por el piso muy pensativo.

-¡Hizo usted lo que debía! Muchas gracias. ¿Le gustaría tomar una copa? ¡Póngase cómodo por favor!

-¡Gracias!

-”Yo soy el Bata.” Al menos me llaman así mis amigos. ¿Entiendes?

-¡Sí, claro!

Trajimos agua fresca y una toalla con que empapamos la frente de Chewi, a ver si volvía en sí de una vez,. Después de un rato volvió en sí. Miró sorprendido a su alrededor y se tocó la cabeza profiriendo un leve quejido. Volvió a cerrar los ojos y los volvió a abrir al rato diciendo:

-”Gracias por haberme traído aquí. Bata… Éste hombre podría sustituirme si quisiera. Me encuentro muy mal, hoy me he pasado de la raya…”

Luego de esto empezó a toser de forma estrepitosa.

Yo me había quedado poco menos que lívido. Y ahora su tos me producía un nerviosismo extraño y me transmitía mucha inquietud. Pero mi curiosidad pudo con toda esa morralla.

-¿De qué se trata?. -Encaré al bata.

-”Es algo muy delicao”

-”¿Peligroso?”

-”En cierto modo sí. Pero muy poco.”

-”Bien, dígamelo, si no lo veo claro diré que no.

-¡”Si se lo cuento se verá embarcado irremisiblemente en este lío, aún cuando no quisiera usted participar.

-¡”Bien. Yo no traicionaría un secreto y si no hay mucho riesgo estaré encantado de haceros un favor”!

-¡”Allá va, tú lo has querido.”!

Más que nada, yo me encontraba muy divertido. Algo me temblaba interiormente, pero me hacía gracia el halo de misterio que contrastaba con sus caras algo pueblerinas. ¿Qué podría ser esa aventura en la que me habría de meter si todo no fuera una farsa, como también pudiera ocurrir?

Chewi sonreía irónicamente mientras daba cabezazos contra una almohada. La noche se ceñía sobre nosotros, despidiendo una oscuridad gélida que atravesaba las desnudas ventanas.

-”Hemos de llevar una persona a cierto sitio. Bastante alejado de Madrid. Esa persona tiene que estar contigo en Salomonte, un pueblo de Granada la Vieja, mañana por la mañana. Esta persona, a lo mejor, no quiere ir, pero irá. Aunque no quiera. En Salomonte, en la plaza antigua, junto al buzón de correos, os espera un hombre fuerte y grande, con el pelo rojizo, color canela, y un largo mostacho lleno de pelos. Y un traje marrón y llevará una revista de llamativos colores debajo del brazo. Te acercarás a él y le dirás: Aquí te lo traigo, compadre, el ruso no ha podido venir y al Chewi le ha dejao paralizao un ataque. Yo soy nuevo en la banda y vengo de parte del Bata. Reténlo bien, hermano, que habrás de repetirlo todo exactamente como te digo si quieres conservar tu inocente vida. Yo te ayudaré en el asunto de hacernos con la voluntad de la persona que antes te dije.

-¡Eh, tú. Espera un momento. Que yo no me he enterado de nada. ¿Que falta les hace a tus amigos de Granada la presencia de ese señorito? ¿Y porqué no lo haces tú mismo?

-¡Espera tú. No te atrevas siquiera a preguntarme nada, ahora ya solo puedes obedecer, mira tú, yo te haré saber todo lo que tú debas saber pero de ahí no te atrevas a pasar. Domina tu curiosidad. Debes andarte a partir de ahora con pies de plomo. Yo no puedo ausentarme de Madrid ésta noche pues tengo que hacer un recado muy principal.

 



Dos

Entonces apareció un hombre joven con barba y nos informó que el coche estaba listo. Me fui con él y montamos los dos en un flamante automóvil. El cual arrancó con fuerza y aceleró como si quisiera despegar las ruedas del suelo. Llegamos pronto a la casa donde estaba el hombre que habríamos de trasladar. El conductor bajó del coche y llamó al timbre. No se lo que pasaría entre ellos pero al cabo de diez minutos volvieron a aparecer en la puerta. El hombre, ,más mayor que nosotros, parecía aturdido y necesitaba apoyarse en el conductor, como si estuviera enfermo.

Y empezó un viaje largo, al parecer, enfilamos una autopista, creo que la que llevaba a Barcelona, aunque no estoy seguro. Mi entontecimiento se presentaba ante mis ojos como una tremenda traición. ¿Cómo me habré dejado embaucar en ésta aventura? ¿Cuando he abandonado mis nobles propósitos? Yo mismo no sabía dar respuesta a éstas preguntas. Mas ahí estaba, en medio de un torbellino del que no sabía nada.

Entonces llegó el momento. Ninguno de nosotros tres soportaba más estar callado. Era un silencio repleto de voces. Carraspeando me dirigí al conductor: _Que tal, hombre, nos podríamos presentar al menos, que yo no me he enterado aún de que va todo ésto.

_Mira amigo, más vale que no nos hagamos demasiadas preguntas, espero que todo se aclarará en su momento. Pero mientras tanto tu tan solo eres el sustituto del chewi, así lo has querido,y mientras cumplas con tu papel tal como te lo indiquemos todo va a ir bien para ti. Puedes llamarme Boti, si lo necesitas….

Volvió el silencio. Miré al tipo que trasladábamos, que parecía reanimarse un poco y le espeté: ¿Y usted no se presenta? ¿Puede saberse lo que hace usted aquí?

No acertó más que a balbucear inconexas palabras. Por lo visto no iba a sacar nada en claro de momento, mientras la velocidad del coche rugía cortando el viento en la oscura noche de la carretera.

Llegamos a un pueblecito no muy grande pero con una plaza enorme. No se cómo. Hacía no se cuánto que había estado dormitando, no me explico cómo mi inquietud había dejado un lugar para el solaz. Pude pensar que incluso ésta podría ser la aventura que siempre soñé.

Ya entraba el coche por las silenciosas calles del pueblo, serían las cuatro de la mañana, al fin llegamos a una casa grande con un jardín, el cual atravesamos antes de parar el coche. El conductor, Boti, nos pidió que nos bajáramos.

Llamamos a la aldaba y cual si nos estuvieran esperando nos hicieron pasar a un confortable salón. Nos indicaron una butacas y nos quedamos a solas con un individuo de un aspecto imponente. Fuerte y pelirrojo. Grande como él solo, y una cara de corsario, que a pesar de todo no daba miedo.

Dirigiéndose a mí empezó a decir:

 Usted debe ser el sustituto del Chewi. Bien, hemos de conseguir un dinero, ya se habrá imaginado usted que en estos asuntos el apreciado billete siempre anda por medio. Éste buen hombre al que ustedes han traído, bien que persuadiéndole, ha de mediar en nuestro favor, en una reunión que tendrá lugar dentro de dos horas con unas importantes personas. Ahora conviene que descansen y tomen algo, les necesito despejados y en forma.

Antes de ir a la reunión le oí a Boti conversar con el pelirrojo, al que llamaba Basti y que en ese momento le decía:

-Pero ¿sabemos ya si ha cogido los planos?

-Sí, sabemos fehacientemente que los cogió, hizo una copia exacta de ellos y los volvió a dejar donde estaban.

-¿Y él reconoce tener esas copias?

-Sí. Pero no quiere decir dónde, no se fía, y es posible que quiera renegociar.

-Está bien. Esperemos que se llegue a un acuerdo para bien de nuestra causa. -Terminó Basti conservando ese aire de suspense con el que hablaban.

Al cabo se empezaron a oír voces: ¡Don Romualdo! ¡Don Romualdo! ¡Ya es la hora! ¡Tenemos que irnos!

Volvimos al coche y esta vez se acomodó también Basti, ocupando la plaza a mi lado en el asiento de atrás.

Llegamos pronto al lugar señalado y entramos en una amplia casa de campo. Toda esa zona estaba plagada de casas de esas, algunas hasta escondidas entre su misma vegetación.

Nada más llegar nosotros se sentaron unos quince hombres. Jóvenes más o menos, y uno de más edad tomó la palabra, poniéndose de pie.

-Hola compañeros, acaba de llegar Don Romualdo, la persona que nos va a proporcionar los planos originales de nuestro objetivo. Los cuales necesitamos porque hemos de ser lo más eficaces y certeros que podamos en nuestro intento, ya que todo ha de parecer que ha sido providencial. Una circunstancia causante y no la mano humana. Aunque es preciso que después todo se sepa en aras de nuestra idea.

-Don Romualdo, por favor, quiere usted hablar y mostrarnos sus planes acerca de nuestro ansiado tesoro.

-Siento que he sido de alguna manera forzado por ustedes a hacerme con esos planos. Y aunque me prometen grandes recompensas nadie debería ver sobrepasada su libertad de esa manera, el punto indescriptible al que ustedes han llegado conmigo, utilizando las más dudosas artimañas para colorear mis decisiones personales a su gusto, y encima me empiezan hablar de una idea, una estrambótica hazaña con la que en su paroxismo quieren cambiar el mundo y traer el cielo a la tierra. Pero, ¿Dónde se ha visto semejante locura?

-Pero dejemos esas razones por ahora, porque tras el éxito de sus persuasiones, como lo llaman entre ustedes, otros llamarían esos trabajos con otros nombres ya lo saben, pero en fin, sin romper el hilo quiero informarles que los planos obran en mi poder a buen recaudo y que serán suyos contra la entrega del precio convenido, al que se añadirán los extras oportunos como indemnización de las molestias que me han causado en todo este tiempo.

.¡Magnífico! -Exclamó Basti, loco de contento- Acabemos cuanto antes y dividámonos en grupos hasta la noche. Que cada uno lleve su hoja de ruta con todas las instrucciones y los horarios. Habrá muchos preparativos que hacer y no puede fallarnos nada, ¿Estamos todos?

-Estamos…

Se oyeron algunas tímidas voces porque la mayoría no expresaba alegría en sus rostros, sino miedo o preocupación.

 



Tres

Tres

Aquél día lo pasaron entretenidos en variopintos quehaceres. Pertrechándose para la noche. Yo me retiré a descansar, necesitaba procesar lo que me estaba pasando, todavía no comprendía casi nada pero no podía más que dejarme llevar, porque lo que sí tenía muy claro es que estos hombres iban en serio y tenían algo que hacer y no convenía oponerles resistencia alguna.

Al rato vino a mí uno de ellos. Ya he dicho que la mayoría eran jóvenes, cosa que resaltaba al ver la madurez y seriedad de sus rostros.

-¡Hola! Me gustaría presentarme, soy Santi, y como aquí nos conocemos todos tengo curiosidad por saber de dónde has salido. Qué vientos son los que te han traído hasta nosotros.

-Mira Santi, yo me llamo Orencio, pero llámame Paris y no me preguntes más porque ni yo mismo se cómo me he dejado enredar en un asunto tan extraño.

– Bueno hombre, que quieres, todos hemos empezado así, y luego, poco a poco, nos ha ido envolviendo la idea, y también la espléndida oratoria de Sastri, nuestro guía, el hombre que ha hablado en la reunión. Es fantástico, chico, no solo tiene perfectamente clara la idea es que sabe como comunicárnosla de tal manera que cualquiera de nosotros daría ahora su vida por ella.

– La idea. Vaya, ya volvió a salir, pero ¿De que idea se trata?

-Es la idea de la constante y diaria resurrección del Creado. Pero no quiero ahora hablar de eso, prefiero contarte mis cosas, huir por un poco de los elevados ideales y las grandes hazañas. ¿Quieres saber como entré yo en esto?

-Sí, ¿porqué no?

-Bueno pues, yo vivía entonces en un pueblecito, tuve que exiliarme de mi ciudad natal por motivos económicos. Y a pesar de que allí la vida era mucho más sencilla también hacía falta algún dinero. Por lo que no se me ocurrió otra cosa que alquilar algunas habitaciones de la amplia casa que habitaba, una antigua casa solariega. Una de las personas que me alquilaron habitaciones era Sastri, el hombre al que has oído hablar antes. En el fragor de las cenas, conversaciones y contemplación de hogueras tuvimos tiempo de intimar. Ahí es cuando me empezó a hablar de la “idea”. Desde una perspectiva, desde otra, todo confluía al final a demostrarme el incalculable beneficio que la “idea”nos proporcionaría, y no solo a nosotros sino también a una inmensa mayoría de seres humanos.

-Claro está, ante la hermosa perspectiva de hortelano por la que me estaba abriendo camino por esos lares. .Y ante la nueva posibilidad de aventura, nuevos lugares y ocurrencias me pudo la segunda. ¿Que pasaba? Todavía era joven, ¿Porqué no probar fortuna?

Callamos y descansamos pensativos. Más tarde comimos con los demás, habían preparado unos arroces y otros alimentos. Todos murmuraban en voz baja, como no queriendo molestar._

Poco antes que anocheciera empecé a oír ruidos que me hicieron ver que se estaban vistiendo y pertrechando para salir. Santi me advirtió que nos íbamos, la acción iba a empezar.

Nos subimos en varios coches y enfilamos la carretera. Por fín cayó la oscuridad de la noche, Ahora solo veíamos luces que se nos cruzaban veloces como rayos.

Paramos en unos campos. Podíamos divisar las luces de una torre, a lo lejos. Se me acercó Santi para decirme que no me separara de él, que era un supuesto estratégico que ellos ya habían ensayado antes.

Y realmente no había visto yo nunca nada igual. Llegamos cerca de un muro en el que se veía un centinela. Cada vez que el centinela se movía avanzábamos nosotros, cada vez que se paraba a mirar nos escondíamos . Así avanzamos hasta que le tuvimos a tiro. Eran dardos adormecedores me explicó Santi cuando vio la expresión de mi cara. Éramos un grupo de paz. Llegamos a la fortaleza en un abrir y cerrar de ojos gracias al factor sorpresa. Sastri y Don Romualdo iban los primeros, detrás dos o tres acarreando los famosos planos.

Entramos a una gran estancia, con candelabros colocados estilo Walpurgis. Hubiéramos podido echar un partido de fútbol allí, en ese largo y frío salón. Un pasillo nos llevó a otra estancia, donde ardía leña y hacía el ambiente cálido y acogedor. Cuando llegué yo toda la familia estaba ya dormitando. Ellos se atareaban en dar con el lugar exacto indicado en los mapas. Al fin, tras dejarse palpar los nervios impacientes, uno que había gordito y simpático tuvo la fortuna de apretar el botón adecuado.

Entonces empezó una caminata en la oscuridad de unas cavernas inacabables, alumbrados por frías linternas como luciérnagas. Con la acechanza de los silbidos de los murciélagos u otros acompañantes desconocidos. Y bajábamos, siempre era cuesta abajo. Llegamos a una plaza, por llamarlo de alguna manera. Un espacio que hacía como valle, grande, algo iluminado por resquicios, allí paramos la marcha.

Al rato se me acercó Sastri, el hombre de más edad, y me hablaba a mí aunque en alta voz y todos le escuchaban atentamente.

-Entonces tu eres el sustituto del Chewi, un tal Paris según me dicen. Y no sabes nada del asunto, ¿No es eso?

-Si, es eso a grandes rasgos.

-Bien, te diré lo que necesitas saber. Justo en el centro de de este lugar hay un pozo. Con unas escaleras para bajar hasta el suelo. O para subir. Allí hay un arca muy valioso y muy pesado que queremos tener, Has de bajar con unas correas que atarás al cofre de la manera que te enseñarán ahora. El cofre lo elevaremos entre todos nosotros tirando de dichas correas. Después subirás tu y todo listo.

-No parece muy difícil. ¿Es muy profundo ¿Hay algún peligro?

-A no ser que temas a los fantasmas, no hay otro peligro que ese. Precisamente Chewi tenía el puesto asegurado porque siempre se carcajeaba de estas cosas. Corren leyendas por ahí, que si son los guardianes del tesoro, del arca quiero decir, otras dicen que vuelven a los que bajan locos de terror hasta que se despeñan, y otras que preferiría no mentar aquí. Claro, te lo tenía que decir. No te iba a mandar a ese infierno sin contarte nada. Pero si los fantasmas no existen no hay ningún peligro.

-No me darán miedo esos fantasmas de que hablas.

 

-Así me gusta muchacho.

Cuatro

Cuatro

Todo estaba listo. Me había superabrigado. Llevaba guantes especiales provistos de imanes. Un casco lleno de linternas. Parecía un extraterrestre. Me habían aleccionado bien acerca de mi cometido. No les fallaría por los fantasmas de la cueva pero sobre los míos propios no estaba yo tan seguro. Comencé a bajar los peldaños verticales. Uno por uno. Bien sujeto.

Se oía el viento. Hablaba. El aire entraba y silbaba en cada agujero, cada grieta. “No bajes” “No bajes” Era la cantinela con la que yo interpretaba sin querer sus gemidos. Traté al principio de contar los escalones pero había perdido la cuenta no sabía ya cuándo. El viento seguía a lo suyo: “No bajes” “No bajes”

La luz de arriba: un círculo luminoso que formaban mis compañeros cada vez se hacía más peuqeña, más lejana, más difusa. Indefectiblemente yo seguía bajando, escalón por escalón, ¿Me faltaría mucho?

Sí. Al cabo de un buen rato ya me sentía desfallecer, quería abandonar, pero ¿me quedarían fuerzas para volver a subir? Entonces la escalera se terminó, Ya no había más peldaños. Era el momento de dar un salto al vacío. No parecía demasiado. Y así fue. Un traspiés y para arriba. Había llegado.

Me dispuse a atar las correas que había traído conmigo. Pero en el momento que mis manos tocaron el arca me vi transportado a lugar lleno de gente reunida y hablando entre ellos a voces y sin parar un segundo.

-¡Eh, oiga! ¿Quién es ese que se quiere llevar el arca.?

-Un Don Nadie, Señora, no le conocen ni en Google.

-Pues con más razón. ¡Traérmelo ahora mismo.!

Es cuando me arrastran entre siete u ocho ante su presencia.

-Mira hijo mío, te has equivocado de piso.

Una enorme y albarazado carcajada de la multitud aplaudió su chiste.

¿No te habían hablado de nosotras? Los condenados a vivir en estas infratierras. Donde no sabemos de días ni de noches. Ni de estrellas ni de pájaros.

Solo nos piden que nos reconciliemos con vosotros para permitirnos renacer en la superficie. Pero ¿Como esperan que nos reconciliemos con quienes nos forzaron día tras día a cavar con nuestras manos estas profundidades creyéndose que aquí pereceríamos eternamente.? ¿Como reconciliarse con aquel que creyó habernos eliminado de la faz de la tierra?

Escuchando sus quejidos me adentré hacia mi interior en busca de alguna salida. Enseguida acudió a mí una inspiración que me hizo poner en pie y empezar a hablar.

Queridos amigos:” No he bajado a estas frías profundidades a quitaros el arca sino a demostraros que la reconciliación que os solicitan para vuestra liberación ya ha sido conseguida y que solo vuestro pertinaz recuerdo hace que siga viva la rencilla.” Hace mucho que volvisteis a renacer en la superficie como todo el mundo y es vuestro rencor el único que os mantiene atados aquí Subíos conmigo y con el arca y os prometo que os abrazaréis con vuestras hermanas y hermanos..

En ese momento el murmullo se hizo más intenso. Todos hablaban con todos. Hasta que creí no poder soportarlo que fue cuando me volví a ver yo solo atando las correas en el arca. Operación que realicé con premura. Hice la señal de radio convenida y mis compañeros de arriba hicieron que el arca empezara a elevarse. Yo lo seguía atentamente con los ojos cuando me percaté que detrás de mí estaba toda la variopinta asamblea de seres intraterrestres con la que había departido anteriormente. Pero bueno, si no eran fantasmas, qué demonios eran. Pero hala, ahí estaban, detrás de mí esperando que yo iniciara la marcha mientras se comían bocadillos y se contaban entre ellos dudosos chistes. Yo alucinaba, ¿O no?

Yo inicié la marcha cuando dejé de tener el baúl a mi vista. No se porqué pero este viaje se me hizo mucho más llevadero que el de bajada. Ahora subía con ímpetu, con ganas, sabiendo que me acercaba al final de mis peligros.

Llegué arriba y salí del pozo. Uno de mis compañeros iba a cerrarle otra vez pero le dije: No, no. Que ahora vienen todos los fantasmas intraterrestres que estaban atrapados en el pozo, que yo, en nombre de nuestra gran causa he tenido a bien liberar e invitar a permanecer con nosotros. Y son muchos los que vienen, os lo aseguro, que he asistido a una de sus asambleas. Que sí, que son muy divertidas, os lo aseguro…

 

Me caí desmayado. Me abandonaron mis nervios pero me reconfortaron mis compañeros y llevándome casi en andas entramos de nuevo a la casa fortaleza de antes y salimos por donde entramos sin decir nada a los aún inconscientes habitantes de la villa. Luego me contaron que aunque el famoso cofre pesaba una barbaridad, Basti había tenido la precaución de inventar un ingenio con ruedas para su transporte.

 

 

Cinco

Cinco

Me desperté tumbado en un sofá al lado del Chewi. Estábamos en el apartamento de la calle Alcántara de nuevo..Abrí los ojos tratando de recordar, parecía que no había pasado nada.

Le conté a Chewi mi aventura en el pozo, no se lo podía creer, se le notaba la envidia en los ojos pero cuando le conté lo de la asamblea de fantasmas ensalzó mi diplomacia y valor.

Le pregunté que qué pasaría ahora. Me dijo que los del grupo habían llevado el cofre, o el arca, a un sitio secreto y a buen recaudo. Con eso pensaban financiar las acciones necesarias para, según ellos, traer el Cielo a la Tierra. Nadie sabía en qué consistían dichas acciones. Por lo demás no sabía nada, él no iba a las reuniones, ya le llamarían si tuvieran que enfrentarse a cosas grandes, como esa de los fantasmas. Por cierto que era un secreto a voces que se habían liberado muchísimos a través de un pozo. Pero a la larga se convertiría en Leyenda. Lo cierto era que se respiraba un aire más placentero y pacífico entre el pueblo, no había más que ver el bajón que habían dado los sucesos en las correspondientes estadísticas.

Luego de decirme que ya estaba repuesto y que me podía ir cuando quisiera me dio un sobre con un montón de billetes.

-Toma, por tu ayuda, amigo. Sin ti no lo hubiéramos logrado. Has sido muy valiente. Si no nos guardas el secreto no pasaría nada, no creo que nadie te fuera a creer, pero yo en tu lugar no hablaría mucho de esto.

-Claro, sí, lo comprendo. Despídeme de los otros .Diles que les guardaré en el corazón. Y si necesitáis que colabore con la “idea” en alguna ocasión estaré a vuestra disposición.

-Adiós Paris.

-Adiós Chewi.

Podría terminar aquí en lugar de contarles cómo chispeaban los billetes en mi bolsillo mientras atravesaba calles y desmontes de un barrio desconocido. Cómo tras muchos kilómetros logré dar con mi casa en la ciudad y volví a tumbarme en mi cama de siempre, como cerré los ojos antes de encontrarme en medio de una fiesta de fantasmas, que todo contentos me daban la bienvenida.

Aunque será mejor que digamos Fin.

 



Por Taifasa

Página literaria. Página web dirigida por Arturo Martín Neira. Cuyos objetivos son la publicación y difusión de literatura inédita. Actualmente se están publicando: Obras teatrales de María Elena Neira, (Segovia 1914-Madrid 1998) Cuentos y relatos de Arturo Martín Neira. (Madrid 1955)