Una aventura en las montañas

Una aventura en las montañas

Escrito por: Arturo Martín Neira (Madrid, 1975)

Edición de autor.

 

UNO
Las sombras son, a veces, como ángeles soñados, y son oscuridades repentinas, oasis en un desierto de claros, refugios en una montaña helada, caricias en la soledad rutinaria, encuentros en medio del olvido, recuerdos a través de la inconsciencia.
Las sombras aparecen, de vez en cuando, en medio de las olas más potentes, en medio de los mares más rebeldes, a través de los parajes más sombríos. Siempre esas sombras que anuncian algo quizá perdido. Siempre machacando ésas inmensas claridades de razón y de consciencia. Las sombras me acompañan y me dictan mis deseos. Las sombras que nunca reconozco y que son mías pues yo mismo las planto, las riego y las cosecho. Sombras de mi vida, que no tendrán nunca nada que ver con mi vida.
En una ocasión me encontraba yo en uno de esos lugares que a la gente moderna les gustaría visitar, uno de esos sitios en que encontrarían motivos de admiración, una peña enorme rodeada de bosques, pinos, álamos, acompañada de pequeños arroyos,
una enorme cascada de aguas dispersas, ayudadas por la pendiente en un irresistible afán por juntarse y por enamorarse. Siempre me estremecía cuando tranquilo y feliz contemplaba el horizonte. Me provocaban esos insurgentes bosques y esas estepas nevadas. Acicateaban mi don perceptivo. Me sugerían millones de otros paisajes, daban pantalla a mis sueños más queridos.
Solo me había escapado por dos días de esa mi inevitable ciudad. Mi asombro superó todas mis previsiones cuando caminando hacia uno de los lugares donde esperaba encontrar gente, me salieron al paso varias parejas de peregrinos, vestidos de una manera un tanto despreocupada y un porte alegre y juguetón, que me saludaron muy cordialmente al tiempo que preguntaban por la dirección de mis
pasos.
Hacía casi cuarenta y ocho horas que no hablaba con ningún ser humano así que ya podréis imaginar cuál fue mi alegría cuando oí una voz hermana. Les
saludé, aturrullado y confuso, sin saber muy bien qué referirles pues ni yo mismo sabía la causa que me había llevado a emprender mi viaje. Les dije: ”Hace muy buen día, ¿Verdad?, Compañeros, voy hacia un infinito que no intuyo, hacia un lugar que
no conozco. Cuento con mi bagaje de habilidades y con mi nerviosa e impulsiva voluntad. Me alegro al encontrar en mi camino viajeros como vosotros.
Tomar mi bota de vino en señal de amistad.”
Ellos se quedaron bastante estupefactos. Nadie tomó la palabra durante muchos segundos hasta que una mujer, avanzando poco a poco hacia mí, me respondió como si hablara por todos:
-”Te tomo la palabra, hermano nuestro serás si así
lo deseas, somos gente del pueblo que un día decidimos separarnos de esa temible sociedad del siglo XX que anula a nuestros hijos engañándolos con falsedades horribles y conturbándoles con una represión sin fin cuyos miles de tejidos forman una tela de araña escandalosa en sus mentes y en sus cuerpos. Primero fuimos simples caminantes, ahora nos llaman bandidos y nos persiguen las patrullas
de caballería, hemos sido, juntos y amigos, en todas estas nuestras correrías desde criados a caballeros andantes pero sobrevivimos porque poseemos una especie de imán que parece atraer a los más jóvenes y amantes de cada lugar, que van engordando al grupo y sustituyen a los que caen en las batallas del camino. Sentimos una indecible dicha al toparnos contigo y si te unes o quieres compartir un tiempo con nosotros lo celebraremos, no lo dudes, con una gran fiesta, donde forjaremos esa nueva amistad y reuniremos nuestros afectos. Voy a besarte en nombre de mi pueblo, de mi país ambulante, creo firmemente que hoy hemos coincidido.
Dame esa bota y acompáñanos, que ya se acaba la jornada y hablaremos contigo mientras el sol se oculta y montamos nuestro humilde campamento”
Después de tan larga parrafada y al tiempo que tomaba de mi mano la bota de vino me dio un beso en la boca, a la manera de los amantes, durante
un buen rato. Yo respondía como hipnotizado, creyendo que aún no me había despertado. Siempre pensé encontrarme con asaltantes, ladronzuelos
y mendigos pero no se me había ocurrido que me pudiera llegar a suceder algo tan fantástico. Les acompañé, emocionado, y luego hablé con ellos de mi vida y la suya. Alrededor de un fuego gigante nos intercambiamos nuestras aventuras, recuerdos,
nuestras anécdotas, chistes y deseos. Formaban un grupo muy compacto y alegre, pertrechados con ropa de campo, algo estrafalaria, y algunas armas.
Poco a poco se cansaron los ánimos y envueltos en los efectos de un excelente vino fueron poco a poco retirándose. La chica que había hablado al principio se llamaba Almaira y por lo que pude colegir era el jefe de toda la pandilla. Me hizo una señal de que la acompañara y llegamos a una de las tiendas más grandes. “Me gusta dormir aquí al aire libre, o en una choza de ramas y hierbas, pero no es conveniente desafiar las heladas temperaturas de la noche. ¿Dormirás conmigo? Intentaré convencerte de que te unas a nosotros. También perseguimos lo desconocido.
Esa fue la primera noche de muchas otras. Siempre decía que me iba a marchar…, pero nunca lo cumplía. Jornada tras jornada caminaba a su lado, peleando con sus perseguidores y con otra gente belicosa que intentaba atracarnos.

DOS
Pero nuestra fuerza era mucha. Por las noches fumábamos juntos y dormíamos revueltos. Un día en una tienda, otro en otra, había unas chicas hermosas, todas dispuestas para el amor y la amistad.
Comíamos muchas hierbas exóticas y raíces extrañas, que nos ofrecían una sobredosis de energía. Fumábamos una especie salvaje del cáñamo que
encontrábamos en el camino.
Fueron días inolvidables, aunque duros. Para mí, acostumbrado a la sedentaria vida urbana, que tan solo pretendía hacer una excursión al campo, encontrarme metido de golpe y porrazo en semejante aventura, ¿Cómo hubiera podido soñarlo siquiera?
Resultaba, al menos al principio, completamente agotador. Mi cuerpo reaccionaba reacio ante las largas caminatas por aquellos terrenos tan escabrosos, a campo traviesa siempre. Ante nuestra forma de vivir nuestros perseguidores nos tachaban de ladrones, cuando no de criminales, y teníamos que evitar a la fuerza todas las poblaciones, y si alguna necesidad nos obligaba iban dos o tres convenientemente disfrazados.
En eso consistía nuestra vida, huir, huir, siempre igual, subiendo por las más altas montañas, esquivando pueblos y carreteras. En una ocasión anduvieron siguiendo nuestro rastro con perros y corrían más aprisa que nosotros. Al pasar por un lugar
donde había caballos pastando intentamos montar algunos de ellos, así poco a poco del grupo de diez y seis que éramos solo quedaban siete perseguidos, sin equipaje y corriendo por atajos y precipicios lograron despistar a los guripas. Eso sí, no había vereda ni lugar en las montañas donde estábamos que no conociéramos; ni gruta o cueva que no hubiera recibido aún nuestra grata visita.
Otro día habíamos despertado inusitadamente temprano y todos andábamos extraños e inquietos, eso era señal de que queríamos acción. Precisamente
habíamos recibido la visita de Allan, un simpático colaborador de la ciudad que se dedicaba a reivindicar el buen nombre de esos un poco famosos bandoleros y que había elaborado un pequeño pasquín en el que nos dábamos a conocer al pueblo
llano, defendiendo nuestra forma de vivir y nuestro sentido civilizado y fraterno. Se suponía que por mor de causar mayor impacto deberíamos distribuirlo nosotros mismos y eso implicaba burlar la vigilancia de las poblaciones, algo verdaderamente
difícil, cuando no imposible, ya que nos habían acusado de varios robos y asesinatos de los que éramos inocentes. Éramos el chivo en que la comarca expiaba sus culpas, todo acto delictivo anónimo pasaba a engrosar nuestro palmarés. Pero las montañas eran nuestro reino, las considerábamos nuestras, conocíamos a todos sus moradores y visitantes, sus animales, ríos y manantiales, sus caminos y sus más mínimos detalles. Nos gustaba pensar que hacíamos vida semejante a las cabras y a las águilas, y en ocasiones volábamos como Tarzán gracias a cuerdas que situábamos estratégicamente.
Permanecí con ellos hasta el día, varios meses después de mi llegada, en que se tuvieron que disgregar para evitar una injusta derrota y no extrañe que hable como si yo fuera otra parte del grupo, de su filosofía y sus avatares. ¡De tal forma me imantó su disparatada y lúdica forma de estar en este mundo que se habían dado a sí mismos! A la semana era ya considerado una pieza clave, allí nos considerábamos todos partícipes y creadores, reyes poderosos y soldados leales, ¡No desertaríamos jamás!

TRES
A la mañana siguiente las montañas que nos rodeaban guardaban celosas y brumosas el frío y la escarcha del amanecer. El sol se abría paso a duras penas tras los gigantescos cerros. La largura de los árboles impedía ver cualquier atisbo de él.
Mientras desayunábamos Golfus se levantó y pronunció unas palabras de incitación a la lucha, teníamos que dejar de huir como cobardes ratones y atacar a nuestra vez, no podíamos estar siempre a la defensiva. Dijo cosas tan sensatas que parecía
que quería dirimir alguna batalla, lo que no le hubiera causado mucha dificultad conseguir, no había pronunciado más de tres frases cuando se exaltó
nuestro ánimo inquieto, a algunos se les subían los colores a la mejilla, otros movían los pies convulsivamente, las mujeres se apresuraron a aumentar el desayuno mientras los demás escanciábamos desproporcionados vasos de vino negro de la región.
Luego tomó la palabra Almaira, esa especie de reina de otros tiempos, para explicarnos una idea que había tenido. Claro, tras su breve exposición y sin reflexionar bien de que se trataba, todos quisimos hacerlo de inmediato y empezamos a ajustar nuestros correajes y apretar nuestras bolsas. Disimulamos las
huellas del campamento y Almaira dijo: ¿Preparados para la marcha? Esta noche habremos tomado por asalto el pueblo de Cachemira de los Humanes. A cuatro horas de viaje. ¡Yupi! ¡Yupi!
Fue nuestro grito unánime que como si fuera el primer hachazo de la refriega salió de nuestras gargantas.
No tardamos cuatro horas sino dos y media, parecíamos lobos hambrientos, nuestra sed de venganza nos hacía correr más aprisa, por el camino comimos abundantes frutos secos y mascamos algunas hierbas exóticas, de grandes propiedades energéticas, idóneas para la batalla. Todos andábamos dando
vueltas a la idea de cuál sería nuestra primera presa, ¿Uno de esos agentes al servicio del gobierno? ¿Una guarnición militar?
La hermosa tierra de España/ adusta, fina y guerrera/ Castilla, de largos ríos, Tiene un puñado de sierras entre Soria y Burgos como reductos de fortaleza/ como yelmos,/ y es una cimera.
(A. machado)
Una vez que se pudo divisar el pueblo Almaira nos dice que lo más difícil iba a comenzar.
-¡Habréis de conseguir lo necesario para parecer una gran compañía de cómicos, y ésta noche actuaremos en el teatro del pueblo, representaremos una obra que aluda a nuestra forma de ser, de vivir y pensar, nos disfrazaremos y todo el pueblo nos
escuchará, y leerá nuestra proclama! ¿Estáis decididos? ¡Sí! ¡Sí! Gritamos todos al unísono. ¡Sí! ¡Sí.!
Cuál no sería nuestra admiración ante ésta idea, no habíamos de enfrentarnos a una pandilla de hombres sedientos de nuestra sangre, no rozaríamos con nuestros afilados cuchillos sus sucios cuerpos, no, pero les haríamos caer en una trampa tal, que serían el hazmerreír de su propia gente durante mucho tiempo.
Súbitamente nos organizamos en comandos de actuación, yo era el más apropiado para jugar el papel de manager, hablar con los dueños del teatro y pregonar la función, ya que no había participado nunca en ninguna refriega y ningún soldado me reconocería, a pesar de lo cual me arreglé convenientemente después de darme un chapuzón en una poza que hacía un arroyo por allí cerca, para que no sospecharan de mi aspecto desgreñado, y me dispuse a dar vida a mi personaje. Otro grupo, formado como es natural por los más expertos birlones, Lucky, Satur y Perla, deberían proveerse del material necesario, ropas, cuerdas, aros, muñecos, caretas, antifaces, petardos, bengalas, bigotes postizos, todo, en definitiva, lo que pudieran encontrar. Almaira, con sus inseparables Julieta y Ángeles, se quedaron para coordinar los esfuerzos y preparar la representación de la noche y pusiéronse a pensar de manera muy ostensible subidas a unas rocas prominentes. Los demás se encargaron de la faceta musical y pusiéronse a dar vueltas alrededor de donde estábamos profiriendo extraños sonidos y haciendo ruido con palos, piedras y otros instrumentos.
Yo les dejé que fueran progresando en ésas artes, de las que serían profanos mas no inútiles y me marché silbando al pueblo, pensando en que me recibirían con los brazos abiertos.
Mi optimismo sufrió algún que otro traspiés al encontrarme con las primeras miradas, dos guardias me observaron desde la carretera de forma descarada. ¿Qué quieren? -pensé-. Si supieran quién soy no estarían tan tranquilos. Me sonreía para mis adentros, varios hombres se cruzaron después en mi camino, mirándome con miedo y de reojo, estarán asustados por algo -pensé-, una chica maciza
pasaba con un cántaro de leche. No ocultaba la saludable lozanía que sin duda debería agradecer a la vida natural del pueblo y a su boyante juventud.
Se me escapó un gesto tonto que la puso colorada. ¡Ay! El rubor, pensé con nostalgia mientras me adentraba en una estrecha callejuela al final de la cual se veía una gran plaza. Una vez allí me dirigí a una terraza que había debajo de los soportales. Le
entré a una peña que había allí discutiendo y bebiendo cerveza: “¿Donde puedo encontrar al dueño del teatro?” Les pregunté de forma general.
-¿A nosotros qué nos dice? ¿Qué? ¿Nos ha visto cara de payasos…? -Contestó uno de ellos con cara de amargura-
-”No, claro que no, pero imagino que en un pueblo tan pequeñajo, no se…. Que se conocerían todos ustedes”. Díganme al menos donde está el teatro, por favor.”
-”Mire joven, si no deja usted de molestarnos… -dijo el mismo de antes haciendo ademán de levantarse-
-¿Qué? -Le interrumpí. Después de dar un sorprendente brinco, uno agarró
al que había hablado, diciendo:
¡Cállate, tú, no es forma de tratar a la gente!
-¡Imbécil! -Dijo otro, mirando al mismo tipo.
Me aparté unos pasos de la mesa para evitar que me salpicara el contenido del vaso que acababa de derribar aquél que se sintió molestado, de un tremendo manotazo. Luego se levanto otro y acercándoseme dijo:
-¡Perdone usted, señor, andan muy excitados los ánimos por aquí.! ¡Ya ve, señor, no hace más que hablarse aquí de ésos bandoleros que busca el gobierno. Dicen cosas terribles de ellos. Tenemos los nervios desquiciados, como habrá podido darse
cuenta. Discúlpele, nadie quiere líos. El teatro se encuentra al final de ese callejón. Vaya, vaya con Dios!
Y hacia allá me encaminé con tanta prisa como pude. Hallé el teatro, hallé a su dueño, y hallé un precio justo para el alquiler y procuré su favor para despachar las entradas y hacer el pregón. No vi el teatro por dentro, pero su dueño, un tal señor Bergnon, me hizo saber que encontraríamos algunas sillas y muchas telarañas. Más que suficiente,-ya que contaba también con un escenario- para nuestras pretensiones. Luego encaminé mis pasos hacia la plaza y entrando en el bar de antes me hice servir una cerveza grande y fresca, a una prudente distancia de la mesa del altercado de marras., que consumí veloz, que me dejó tal sabor de boca que pedí, con igual prisa, otras dos más. Dejé algo del dinero que llevaba en el mostrador y me alejé en busca de mis amigos.
Al alejarme observaba el pueblecito, que se iba haciendo cada vez más y más pequeño, estaba rodeado de árboles, en la falda de la montaña, y un

gran prado verde y ondulado se extendía por el otro lado. El sol se enseñoreaba en su plenitud, haciendo alarde de energía.

CINCO

Cuando pasó un tiempo más que prudencial decidimos repetir la experiencia. Una mañana andábamos ocupados tirando un puente a través del río en un saliente entre dos rocas cuando vemos acercarse hacia nosotros a cinco personas, que según se acercaban parecía que gritaban y hacían señas en nuestra dirección. Decidimos
que fueran dos mensajeros a ver qué querían.
Ese puente que estábamos construyendo era en sumo grado estratégico pues procuraba el acceso de dos zonas prácticamente incomunicadas, por lo abrupto de las montañas, luego le camuflaríamos lo mejor que supiéramos pero nadie
podía saber, más que nosotros, de su existencia.
De lo contrario más valdría volarlo.
Resultó que los cinco visitantes eran pueblerinos que nos andaban buscando hace tiempo, pero no para cazarnos sino para amigar con nosotros y regalarnos con las provisiones que traían. No solo traían comida, como se vio después, sino
también un sinfín de objetos exóticos que nos iban enseñando con fe de talismán.
Luego de departir amablemente se ofrecieron a ayudarnos en nuestra tarea. Una ayuda bastante estimable, más por la voluntad que pusieron que por los efectos, ya que las largas jornadas pasadas, que habían empleado en venir a nuestro encuentro se habían quedado impresas en sus rostros enflaquecidos y sus cuerpos tambaleantes.
Por la noche, alrededor de un fuego y bajo el manto hechicero de la oscuridad, comimos todos y bailamos, las dos chicas que habían venido explicaron que venían de Cachemira y habían asistido a nuestra función. Allí, luego de leer el pasquín, hablaron entre ellos, querían escapar de la monótona quietud de su pueblo, ese círculo cerrado, y unirse a nuestra causa, que parecía tan bella, sin duda, a como era, y discutieron su deseo por espacio de varios días. Al final se decidieron y ahora lo mismo les daba estar un día que ciento cincuenta con nosotros.
Como ahora actuábamos según un sistema de máxima cautela nos habíamos dividido en dos grupos de siete, (otros dos marcharon a un largo viaje) y contando a los cinco nuevos diez y nueve personas borrachas de humo y coraje tenían derecho
para explayarse a sus anchas en ese inmenso paraje. Así que la cena no fue sino una verdadera bacanal y la noche sus consecuencias.
Habíamos fraguado un plan al máximo detalle para nuestra segunda actuación. Habríamos de subdividirnos de nuevo antes de llegar a Pinarejo de la trucha, que era, a la sazón, nuestro próximo objetivo; estábamos entusiasmados con las caretas y los mantos que nos trajeron los de Cachemira entre sus ropas, nos serían útiles. Pensábamos llegar de tres en tres o de cuatro en cuatro y el primer grupo, en que iría yo, se encargaría de tener el teatro y el público a punto de completo. No llamaríamos la atención, en lo que fuera posible no, hasta que se
abriera el telón.
Esta vez representamos una idea original en que por medio de la historia del pueblo indígena americano desvelábamos el sentido de nuestra existencia. La inventamos entre todos durante una luna llena al poco tiempo de escapar de Cachemira.
No hubo ninguna sospecha, Peralejo distaba mucho de Cachemira y era difícil su comunicación, aunque a medida que pasaba el tiempo y se desarrollaba
la actuación, se empezó a llenar la sala (el cine del pueblito) de una gente bastante sospechosa. Si había jaleo teníamos preparada una buena respuesta.
De repente -nos quedaban diez minutos para acabar- oímos un silbido. La señal concretada de emergencia por los que guardaban el camino de vuelta o la huida, como se quiera. Mala señal, en ése momento teníamos que poner fin a la obra de sopetón; gracias a Dios los pasquines ya estaban repartidos, y salir pitando de ahí. Cada cual por el sitio previamente asignado. Unos confundidos con el público
y otros por la entrada al escenario y los camerinos.
Sin embargo al avanzar por el estrecho pasillo que daba a la puerta me doy cuenta que el único sitio por el que hubiera podido huir era entre la confusión de la gente, que se resistía a levantarse de sus asientos, y no cesaba de dar pitidos y palmas. vi. a
Satur y a Perla agarrados por dos guardias, inmovilizados, me doy la vuelta y oigo: ¡Alto! les llevaba ventaja pero detrás de mí venían los otros cinco actores, el apuntador, y tres músicos. ¿Atrapados? -pregunté- “Por aquí tampoco hay salida -dijo Almaira-, y son muchos.”
Cuando me di otra vez la vuelta me topo con algo bastante gorilesco y sentí un fuerte golpe en la cabeza, mis amigos me empujaban con mucha fuerza contra el poli que estaba frente a mí, le echo la zancadilla y caemos los dos al suelo, me echo a un lado pero no puedo evitar que me pisoteen.
Almaira y Rama se paran, haciéndome sitio, mientras una lluvia de palos se estrella contra sus espaldas.
Me levanté a duras penas pero de un movimiento impulsivo y veloz. Delante, ya habían logrado entre todos reducir a los tres guardias que estaban en la
puerta y salimos de estampida. Al doblar la primera esquina vimos a los demás de los nuestros apostados al acecho en los salientes y portales de la calle, echamos a andar sin dejar de mirar hacia atrás, pasan unos segundos y vemos varios policías, a caballo dos de ellos, haciendo su entrada por la esquina.
Una lluvia de piedras les da la bienvenida, con tanta puntería que reduce sensiblemente sus efectivos humanos, seguimos corriendo y nos apostamos en
una calle que ya daba al camino de regreso, por el bosque… Nos escondemos y al verlos aparecer, nueva tormenta de piedras se confunde con el ruido de sus revólveres, disparados a ciegas, para estrellarse en la cabeza de otros cuantos, a uno le dieron de tal forma que lo tiraron del caballo
Otra vez corriendo mientras ellos esperan a reponer sus fuerzas con los maltrechos y apedreados aunque furiosos soldados .Esta vez ya no nos paramos.
Cada uno eligió una senda por el bosque y la canción de sálvese el que pueda se quedó incrustada en nuestras cabezas.

 

SEIS

Esta vez, por lo que parecía también la habíamos liado buena. Se tendría que hablar de nosotros en la ciudad. Qué demasiado. La publicidad asegurada. Como grupo artístico no nos podríamos quejar del eco de nuestras obras, como amigos no nos
podríamos quejar de nuestra aventura y como perseguidos no nos podríamos quejar de nuestra importancia.
Sabía que tendría que estar toda la noche andando, cuando no corriendo, y era un buen sistema para combatir el aire gélido de esa oscura noche otoñal. Me abrí un camino intuitivo a través de los altos árboles, siempre ascendiendo hacia la cumbre.
Mientras pensaba en lo que acabábamos de pasar. Estaba claro que los guripas habían tirado a dar y que no iban a cejar hasta que dieran con nuestros
huesos pero también era verdad que allá donde actuábamos conseguíamos el fervor y la simpatía del pueblo. Estaba bien eso de presentar batalla con distintas armas.
Todas las de fuego que teníamos estaban guardadas en una caja, no las usábamos más que para cazar, incluso cuando algo de vital importancia nos hacía falta y bajábamos a las poblaciones a por ello, a pesar de tener que robarlo si no nos lo daban buenamente, nunca llevábamos pistolas ni nada parecido, aún cuando supiéramos el riesgo que corrían allí nuestras vidas. La vida montañera nos había
hecho un poco lobos, nos bastaban nuestras garras y nuestra valentía para atemorizar a las gallinas que vivían ahí abajo.
A las dos o tres horas de caminar divisé una silueta femenina que trataba de escalar una roca bastante mal dispuesta. Seguí hasta allí y la llamé. Se pegó tal susto que casi se cae de la roca a que estaba asida. ¿Quién eres?, exclamó,. “El ardilla”, contesté,
aludiendo a uno de los motes por los que me conocían mis compañeros.
-”Qué susto he pasado, me llevan siguiendo toda la noche y cuando creo que los he despistado oigo ese grito, creí que me moría.”
Me acerqué y comprobé que era Rama quién estaba hablando. Llegué a donde se hallaba y proseguimos juntos la ascensión. Pasaron dos horas más y el cansancio se notaba en el desganado agitar de nuestra respiración. Hicimos un alto, a pesar del frío que nos atravesaba como afilados cuchillos y procuramos distraernos mientras juntábamos nuestros cuerpos en un intento de entrar en calor. Bebimos de una petaca de coñac, que portaba precisamente para casos desesperados como este, y eso despertó nuestra locuacidad. No se cuanto tiempo estuvimos así de acurrucados, en ese estado de postración en que no sabíamos si dormíamos o soñábamos despiertos, solo me acuerdo que un ruido extraño nos sobresaltó y seguimos andando para desentumecernos y evitar quedarnos congelados
-¿Qué crees que pasará al fin, Ardilla.? ¿Cómo acabará esta aventura? Tengo miedo. Sueño con que nos cogen y nos apresan. Se que podrán con nosotros.
-”Qué va, tonta. Les seguiremos engañando y nunca nos cogerán.” -Dije para animarla-.
A la mañana siguiente llegamos al punto de reunión. Había cinco o seis durmientes y Almaira y Perla rodeaban el fuego mientras preparaban café.
Nos preguntaron si habíamos visto a alguien, se las notaba preocupadas. Se desilusionaron cuando las dijimos que no. Solo estábamos nueve de regreso.
Era probable que hubieran cogido a alguno, pensamos, cuando Rama las explicó la saña con que la persiguieron a ella.
Por la tarde solo faltaban Satur y el Loco, que regresaron a la noche, que dedicamos todos a celebrar nuestra confirmación de grandes cómicos y astutos luchadores.
Pasó mucho tiempo antes que nadie se atreviera a decir nada sobre una tercera actuación. Y no precisamente por falta de ganas, pero nadie quería arriesgar demasiado ya que era tanta la dicha que encontrábamos en nuestro quehacer diario que nuestro mayor sufrimiento era pensar que un día se nos acabarían los montes, los paseos a caballo, las correrías, los escarceos, las alegres noches bajo el
cielo estrellado. Además habíamos visto ya por dos veces las fauces al peligro, pues por dos veces habían descubierto nuestro paradero. La primera nos tendieron una emboscada en pleno día pero nuestra habilidad para huir súbitamente estaba más que probada. La segunda vez hicieron demasiado ruido al acercarse por la noche y después de hacerles huir en desbandada asustándoles con metralletas y disparando bengalas al cielo para descubrirlos desaparecimos como si se nos hubiera tragado la tierra.
A causa de esto nos habíamos alejado de cualquier población, de cualquier atisbo civilizado, pero eso nos daba igual. Nos sentíamos más animales y a la
vez más humanos acompañados de ese primitivismo salvaje.
Al tiempo enviamos a tres a la ciudad en busca de Allan. Había que ponerle en antecedentes sobre lo del pasquín que nos trajo y nuestra nueva profesión
artística. Queríamos que hiciera saber nuestra versión de los hechos a través de la televisión y la radio. Allan tenía fama de saber sacar partido a estas situaciones, decían todos, y siempre tenía ideas nuevas para explotar al máximo cualquier proyecto.
Vivimos en tranquilidad durante un tiempo, llovía y nevaba a menudo. Refugiados en una gruta enorme no salíamos más que lo necesario y a pasear por las cercanías. Allí dentro, pintamos, hicimos música y cocinamos. Algunos hacían cosas útiles con cuero o con barro, otros escribían poesías iniciáticas y los más hacían el vago a diestro y siniestro. En ese tiempo sedentario juntamos un pequeño rebaño de
cabras, que nos dieron buena leche y simpatizaron enseguida con nosotros. Hablábamos de nuestras tierras, de nuestras ciudades o pueblos y nos contábamos historias de nuestra vida donde imaginábamos toda suerte de cosas fantásticas.

 

SIETE

Un día llegaron los tres mensajeros de regreso de la ciudad. Venían con malas noticias, nuestro éxito había desbordado todas las previsiones, habíamos
saltado a la palestra de la fama, para demostrarlo nos enseñaron un montón de periódicos y revistas en las que se había desatado una furiosa polémica
sobre nosotros, los dos extremos confluían en una discusión que estallaba. Era una cosa asombrosa, nos habíamos hecho con miles de adeptos así como
de furiosos enemigos. Nuestra situación, por lo tanto, resultaba un tanto incómoda, se nos llamaba por los nombres más estrambóticos y a falta de conocernos, nos inventaban y añadían una multitud de detalles verdaderamente increíbles, todo con ese tipo de lenguaje que tanto les caracteriza. No era cosa como para reírse ahora que iba a venir la primavera y podríamos seguir actuando. La fama trastrocaría todas nuestras ilusiones. Aquél día no hubo muchas bromas, todos andábamos con aspecto de conciliábulo.
Había más noticias, gracias a nuestra popularidad los soldados tenían rodeadas las montañas e iban reduciendo el cerco avanzando poco a poco hacia la cumbre, les precedían exploradores con perros, y en la retaguardia venían reporteros y curiosos de todo el país, aparte la televisión y las máquinas de cine.
Nuestra posición era abrumadoramente confusa.
Nuestra única alternativa era que nos hallábamos en un alto inaccesible.
Cubriendo la defensa del puente podríamos darles mucha guerra a esos payasos. ¿Qué se habrían creído? No estábamos dispuestos a entregarnos para responder a sus insultantes preguntas. Querían que sirviéramos de carnaza para sus telediarios. Por nosotros, estaba bien claro, que no contaran para nada.
Pasaba el tiempo, y ahora lo dedicábamos a pertrechar nuestra defensa. No íbamos a estarnos quietos mientras esas comadrejas iban ganando terreno.
Dejamos de lado otras artes más cuidadas y para otro momento las chanzas y poniendo manos a la obra despedimos una expedición formada por siete voluntarios para recabar información exacta de sus movimientos. Los demás reforzamos los lugares más vulnerables de nuestros confines. Estábamos dispuestos a hacernos fuertes allí. Un día partió una expedición para recoger alimento al alcance y traer
caballos y otros animales que hubiera por los contornos. La guardia del gobierno iba ganando terreno a pasos agigantados y estaban atravesando la llanura que precedía al bosque más bajo. Pensamos provocar algún incendio a modo de encerrona pero
desechamos pronto esa idea a causa de su despiadado salvajismo. Una noche tendimos una emboscada a un grupo de exploradores que se acercaron
demasiado. Nos hicimos con sus armas y con sus provisiones y retuvimos a tres de ellos como prisioneros. Les haríamos trabajar para nosotros, dedicados como estábamos a hacer más abruptas aún, si cabría, nuestras fronteras, poniendo trampas, construyendo empalizadas y torres desde donde vigilar y disparar.
Estas escaramuzas se fueron repitiendo cada vez con más frecuencia, les atacábamos por sorpresa en los tramos más vulnerables, donde era necesario,
por ejemplo, concentrarse en la escalada, les hacíamos perder el equilibrio y despeñarse desde grandes alturas. Había pasos, gracias a ello, verdaderamente
infranqueables y eso retrasaba su avance considerablemente.
Durante un tiempo estuvimos muy eufóricos pues teníamos el sentimiento de que éramos invencibles.
Varios helicópteros habían sobrevolado la zona, pero limitándose a observar. Teníamos curiosidad acerca de la manera como pretenderían nuestra rendición, no se darían por vencido, ya que tenían todos los medios de un estado policíaco a su alcance.
Tras dos meses consiguieron rodear completamente la montaña en que nos encontrábamos. Destruimos el puente, único lugar de acceso y nos decidimos a
resistir todo lo posible. De vez en cuando se producía una batalla, en la que ellos utilizaban granadas y toda clase de fuego y nosotros disparábamos la
ametralladora para engañarlos mientras nos íbamos
de la zona de peligro. Todos sus intentos de levantar puentes o de habilitar pasos eran inútiles gracias a la dinamita que teníamos guardada en nuestro
pequeño arsenal. Una vez cayeron unos cuantos paracaidistas, a quienes apresamos después de una dura batalla en que se cargaron al Loco, y que luego
lucharon a nuestro lado, al igual que los demás prisioneros. Aunque no les dábamos armas de fuego pero había mil detalles en que su ayuda era valiosísima, tales como buscar y hacer comida, cuidar a los heridos y apagar los fuegos que solían provocar las duras refriegas.
Pasaron cuatro semanas, Allan logró atravesar las líneas enemigas y tras muchos riesgos logró encontrarse con nosotros.
Traía provisiones frescas y noticias de la ciudad, a las que no hicimos el más mínimo caso. Era una noche sin luna, la oscuridad se cernía sobre nuestras cabezas como una amenaza. Llevábamos diez noches con el alma en vilo. Contemplábamos ponerse el sol, todos los días, y volvíamos a la guarida, silenciosos y preocupados. No temíamos el cerco de que éramos víctimas ya que acostumbrados a vivir en el campo siempre encontraríamos los mínimo para sobrevivir pero cada hora que pasaba nos
convencía que sería imposible impedir por mucho tiempo que atravesaran nuestras líneas.
“Cualquier noche de éstas atacarán” -pensábamos-.
Nos acordábamos entonces, mientras oscurecía, de que nuestras vidas caían en el enfrentamiento y nos preocupaba y entristecía. “Malditas alimañas”, pensaba. Todas las noches, después de una frugal cena, nos pertrechamos de las armas y todo el valor que acumulamos. Teníamos más de un plan de defensa aunque la partida parecía perdida del todo.
Todo se fue agrandando poco a poco. Los sitiadores lograron levantar un paso en la parte sur tras una batalla infernal en la que cayeron dos de los nuestros:, batalla que duró tres días y tres noches. Retrocedimos. Empezamos a estar faltos de moral. A nadie le apetecía un pitoche morir a manos de esa pandilla de miserables… Ya les habíamos demostrado de sobra que para jugar con nosotros necesitaban mucha ventaja. No tenían categoría para combatir. En cuanto tuvieron tomado el acceso a nuestro monte tomaron posiciones sin atreverse a avanzar hasta que tuvieron asegurada de sobra una buena cobertura. Esto hizo que perdieran mucho
tiempo. Gracias a su cobarde indecisión no volverían a saber nada de nosotros.

 

 

OCHO

 

Algunos dormitábamos en medio de una gélida y ventosa noche, un repentino alboroto sobresaltó nuestro leve dormitar, voces gritaban: ¡Compañeros! ¡Compañeros! ¡Amigos! Me levanté a duras penas y me acerqué al grupo, traen la noticia, el frente sur ha caído, consigo sus más fieles valedores, Amín y
Rama habían perecido. Asesinados cobardemente por una granada vengativa. “Era el paso más débil”-Dijo Satur- ¡Lo estaba temiendo! -”Sí, pero no han podido con nosotros hasta que han utilizado sus bombas incendiarias, son una pandilla de asesinos” -Dijo Almaira llorando-¡”Lo que no consigue la inteligencia lo consigue la fuerza, lo que no consigue la fuerza lo consigue la ciencia! “La ciencia de la destrucción” Exclamó Allan pensativamente.-
Esa noche no nos preocupamos de más, sabíamos que aún tardarían en encontrarnos. Pero el día siguiente empezamos a pensar el sentido que podría
tener morir combatiendo. ¡Ya les habíamos dado demasiadas vidas! Sin embargo estaba claro que aunque fuera estéril todos preferíamos morir combatiendo a que nos cogieran presos.
Hubo algunos conatos de organizar una defensa. ¡Había que impedirles el paso! Gritaban unos. ¿Sí, pero hasta cuando? ¡No cejarán nunca en su empeño, somos su mayor preocupación! Replicaban otros. Nos pasamos discutiendo todo el día. Por la
noche, al amor de la lumbre, se precisaron dos claras posturas, unos postulaban por luchar, impedirles el paso y luego combatirlos con guerrillas y escaramuzas, nunca acabarían con nosotros, -sostenían-.
Los otros optaban por huir, por desaparecer, por escabullirse. Había otros que eran neutrales. Llegamos a un primer acuerdo consistente en que fuera cual fuera nuestra decisión todos la acataríamos porque la división equivaldría a la rendición. A partir de eso se calmaron mucho los ánimos y cada uno pasó a exponer sus razones, tratando más de convencer que de vencer. Todos tomamos la palabra y dimos libre curso a nuestro pensamiento comentando nuestra opinión personal del asunto.
A la mañana siguiente nada se había decidido aún.
Los dos grupos estaban obsesionados con sus posiciones. No había manera de llegar a un acuerdo.
El tiempo iba pasando y no podíamos desperdiciarlo. El día había amanecido casi primaveral, nadie decía ahora una palabra, nos miramos calladamente
y nos entendimos. Aunque divididos en la estrategia nuestra unión era ahora más fuerte que nunca.
Cuando el almuerzo Golfus rompió el hielo diciendo:
¡”Se me ha ocurrido una alternativa. No huiremos, no lucharemos con armas morticidas, vayamos a dar otra actuación. Me estoy imaginando vistiendo
otra vez nuestros trajes de cómicos.” Un leve estupor se produjo al oír sus palabras. “Está chocheando” Exclamó Satur, casi a su pesar. Sin embargo, el pulso de Golfus no temblaba. Muy al contrario, y fijando sus ojos en Satur prosiguió: “En honor a
nuestros tres compañeros y a su heroica muerte es necesario que no nos olvidemos que nuestra causa era transmitir al pueblo nuestra forma de vida, y
que para ello nos serviríamos de sus teatros, ¿No es cierto? Pues bien, elijamos un lugar donde poder hacerlo y dejemos de perder el tiempo con esos matones, eso digo y nada más.”
-”Qué ingenuo, vaya una brillante idea, acaso piensas que nos dejarán ni siquiera una cuadra para representar nada.”
-”Eh, muchachos.” Si no nos dejan su maldito teatro no por ello vamos a dejar de actuar. Al contrario, empecemos ahora mismo, aquí.” -Exclamó Golfus mientras se podían leer en su cara muestras de una inusitada emoción.
Un largo silencio cortó de sopetón sus palabras.
Había logrado que todos captáramos su idea y el asombro nos dejó helados. Cómo no se nos había ocurrido antes nada parecido; según ese razonamiento podía parecer que entrar en su juego de guerra suponía ya nuestra derrota, sin necesidad de que nos mataran. Y en el fondo así era, tendríamos que admitirlo. Nos quedamos demasiado admirados para pronunciar una sola palabra, acabamos nuestra comida y nos retiramos pensativos. No hizo falta nada más para ponernos de acuerdo, ni una pelea, ni una discusión, nada. Al salir el Sol todos éramos cómplices de un mismo plan. Era difícil para nosotros ponernos a pensar en un personaje e imaginarnos lo que haría y lo que diría en una función.
Era una ardua tarea imaginarnos una ficción, siendo casi una ficción nuestra propia vida. Por la noche acudimos todos poco a poco a la hoguera. Todos
con nuestros ropajes y cambalaches de teatro. Habíamos aceptado el plan de Golfus sin necesidad de decirnos nada. Sin que hubiera realmente ningún
plan. Los músicos andaban ensayando y probándose sus mejores galas. Los demás retocábamos las máscaras y los distintos disfraces.
El fuego ardía majestuosamente, estábamos casi contentos, o al menos así lo aparentábamos. Unos cogieron las ropas de los prisioneros y se las pusieron, caracterizándose de forma tan perfecta que nos asustaron ya que los confundimos con los enemigos. Eso terminó de darnos una idea. A mí particularmente me repugnaba un poco, disfrazarme de esbirro, vaya asco. Pero parecía la única idea viable. Al día siguiente una partida fue en busca de prisioneros. Mientras tanto los demás ultimábamos los detalles, nos haríamos confundir con uno de sus
grupos y bajaríamos hacia la ciudad, camuflándonos allí con nuestra identidad normal de ciudadanos corrientes. Nos separaríamos hasta encontrar condiciones idóneas para volver a la lucha. No había nada que hablar. Ahora solo restaba actuar.
La partida no regresó esa noche, ni la siguiente. Al final divisamos un grupo muy numeroso, eran ellos y traían un montón de prisioneros, además de trajes y
armas de las que utilizaban los soldados.

 

 

NUEVE

 

Al alba estamos todos dispuestos, cualquiera nos
confundiría con los soldados, emprendimos el camino y a media mañana nos topamos con una avanzada enemiga, con nosotros iban también algunos prisioneros, éstos hablaron con ellos, que nos habíamos extraviado y buscábamos tal compañía, etc.
Coló. Seguimos nuestra marcha descendiendo la montaña, cruzamos sus posiciones sin levantar sospechas, tuvimos mucha suerte, por la noche habíamos descendido lo suficiente para darnos por salvados. Buscamos un escondite para descansar. Nos tumbamos agotados y felices. Habíamos resucitado cuando más acorralados estábamos.
Al día siguiente, vestidos normalmente, decidimos separarnos. Ir de uno en uno o de dos en dos. Y así fue como cada uno de nosotros regresó a su hogar, a su familia, después de meses y meses de vivir una vida diferente. Ahora cuando escribo esto todo me parece un sueño. Cuando llegué a casa seguí con interés las noticias que se daban de nosotros.
El ejército y la policía no sabían como justificar su fracaso, todo el tiempo y el dinero que habían invertido para apresar a unos pocos jóvenes rebeldes, por lo que difundieron noticias falsas, sacaron algunos presos de la cárcel para apresarlos de nuevo en las montañas y endilgarles nuestra identidad y nuestras hazañas, aún así mantuvieron la ficción de que quedaban todavía rebeldes sin apresar, que se reorganizaban y cometían atentados indiscriminados en algunas poblaciones. Se conoce que por alguna razón les interesaba mantener la atención del pueblo en esta especie de cacería inacabable. Quizá para distraerlo de sus verdaderos problemas y de sus posibles soluciones.
Aún no he visto a mis antiguos compañeros, si han hecho como yo se habrán adaptado a la contradicción y encanto, porqué no, de esta vida urbana.
Seguro que sentirán el profundo recuerdo, la huella indeleble que esa aventura dejó en todo mí ser y que cuido con amor y una a veces insoportable nostalgia. Valga esta narración como homenaje a las mil vidas que vivimos en esos pocos meses.